Miedo a que las jornadas, por mimetismo con la víspera, nos alejen.
Miedo que tu voz, por tan atendida, me suene a ruido.
Miedo a que las caricias se transmuten en tareas.
Miedo a que no sea la sorpresa, miedo al hastío,
a la disciplina, a que yo me aburra contigo y tú lo hagas a mi lado.

Miedos, que acecháis y os sospecho, quitarme toda la razón.

Me basta saber que siempre amanece.




Amanecer. La resurreción de cada denuedo, la restitución de cada aliento


Invariablemente, el astro se aparece en los ejidos,
goces o no de fibra, te alces o no de tu lecho.
Tú nada corriges, el alrededor gira y nada se te acopla,
has de ensamblarte al compás de la diligencia cotidiana.

Amanece.
Imperativo inexcusable. Necesidad y, también, norma.
Culpa o causa del movimiento, bendición de la continuidad.

Grata alborada, amante perpetua de la vida, bordón de la supervivencia.



A resultas de mi cúmulo de aristas, te araño.
Te aullo, me concentro de toda la verdad,
apelo a toda la estirpe de mi dolor puesta en fila.

Pero
no hay apego a tu rechazo más de un segundo,
porque, instantáneo, salivo y me arrodillo.
Averiguo de tus manos. Con avidez. Por ternura.

Pero
no eres; me amotino.
No hay cortesía, ni me vale ni la profeso
para girar como torbellino de incomprensión.

Pero
prevalezco antes de que te hagas arena,
salgo de mi rincón, incluso a gatas, e incluso trato
de hacer tratos con la razón.
Hoy estoy contenta, aliviada y saltarina y ni siquiera tú, mi templo, vas a lograr pegarme los pies al suelo
Y sé lo que sucederá. Lo sé porque ha ocurrido más veces y no sé si es ciclo abocado a la reproducción de repetición o si soy una de esas mujeres que anuncian profecías que se auto cumplen, en base a su alienado proceder.

Y, cuando alcance el instante, persigo que me alertes, que me vengas remitiendo adelantadas señales. Tú anuncia la senda y yo tomaré el camino a la necrópolis de los paquidermos.

Me encantaría ir engalanada de largo y estar más bonita que nunca, tener el semblante y el alma quietos y que tus palabras silben con eco y que yo no me transtorne. Ni caiga. Ni sonría. Ni llore. Que atienda. Y comprenda. y asienta. Y asuma decentemente. Y que tu lo adviertas. Y que de ningún modo lo olvides. y que tú me sepas. Y que me perpetúes así. Y que tú nunca entiendas porqué así.

Me iré orgullosa y cerraré... una puerta. Eso es, una puerta. Y tú quedarás al otro lado y yo... al otro. Y será alegórico y categórico y atinado e irreversible.

Y si esto no trascurriera, yo te advertiría. Te enviaré adelantadas señales. Y pediré tus galas, tu serenidad y entereza. Y retumbarán mis palabras. Y estarás de pie, ni complaciente ni triste. Me escucharás entendiendo, pronunciando "síes". Tendrás dignidad y yo sabré apreciarlo. Para siempre en mí. Así te recordaré invariablemente.

Desgarrarás mi aliento, cerrando una puerta. Querré alcanzarte, más no lo haré.


Vencer a la máquina.

Y le dí esquinazo. Aunque no fue fácil, me perseguía en el espejo cuando me despertaba. Allí estaba mirándome dentro de mis ojos: su nariz aguileña, su inteligente mirada y brillante, como su brillante cabeza. Recuerdo haber apagado incluso la luz para lavarme las manos. Peinaba mi cabello, intuyéndolo porque los espejos me quedaron prohibidos en aquella época de huidas y sobresaltos. Uno de mis principales enemigos era el ascensor, se abrían las puertas y allí estaba ¡dentro de mis ojos! Una de las más espeluznantes historias de posesión que yo haya escuchado y vivido, amigos, en mis propias carnes.

Todo se volvió enemigo: los lavabos, el ascensor, escaparates, cristales del metro, retrovisores, cucharas, bombillas… Descubrí todo un mundo de objetos y lugares de reflejo, rincones en los que habitaba mi acosador. Y estaba dentro de mí, ¡en mis ojos! Consiguió que no pudiera volver a mirarme de frente. Huía de él, de mi reflejo, de mis ojos y, por ende, de mi misma. ¿Se os ocurre peor tortura?

Él era inteligente, brillante y, después de él, habitaba en todo lo reluciente, en los destellos. Maldita sea, en mis ojos.

Recuerdo que cuando le frecuentaba, me embelesaba viéndole ser el protagonista de todas las conversaciones y su perfil, de nariz aguileña, me ponía contra las cuerdas. Había algo pérfido en su inteligencia y creo que también en su nariz. Era frío y calculador: sus gestos, el inicio de cada movimiento, sus palabras, sus sílabas, el aire que cogía para luego expulsarlo en sus cantinelas estaba construido milimétricamente con toda la ingeniería de la que le había dotado la naturaleza. Era una máquina, una máquina con pulso y creo que por eso no repelía al resto de mortales, que confundían su perfecta constitución con un don de la naturaleza. Pero no, no era natural, era un artilugio.

Físicamente era un atleta, socialmente era puro protocolo, sexualmente incombustible y mentalmente era simplemente un genio. Recuerdo cuando paseando por su jardín -jardín que él cultivaba- me hablaba de astronomía, de física, de literatura, recorría con soltura la historia universal, era poeta, albergaba todos los refranes, esa ducho en mecánica, dietética, filosofía, geometría. Era esteta, agricultor, artista, científico y, en definitiva, perfecto.

Su cabeza estaba coronada por un silvestre pelo rizado, sus manos eran finas pero viriles y su voz modulada y grave. Sólo rompía su impecable armonía esa afilada nariz. Hoy sé que era el verdadero emblema de su engranaje.

De perfil fue que empecé a sospecharle. Instantáneamente él lo supo, como habría ser de otro modo. Y empezó mi huida y, a la par, su persecución. Si hablaba, yo le objetaba, inicialmente verbalizándolo, pero cuando percibí cuánto le incomodaba, comencé a hacerlo mentalmente aunque, inevitablemente, él siempre lo sabía. Objeté su aplomó, dudé sobre sus formas, deformé sus manos, hice de su tono de voz cacofonías, le agoté carnalmente, le hice preguntas trampa, alisé su pelo y, por supuesto, le referí su nariz cada vez que fue posible.

Se fue desfigurando. Lo perdió todo. Todo excepto su nariz y, he de admitir, que conservó hasta el ultimo día ese brillo astuto en sus ojos.

Según se ajaba, supe que se nutría del reflejo en los demás. Era un narciso y yo había removido sus aguas. La espectadora pasó a ser la protagonista y él y su maquinal cerebro decidieron que para que yo no le disputara debía hacer algo y ¿qué decidió? Vivir en mí, ser yo. Yo ser él. Así nunca le polemizaría.

Allí empezó la pesadilla que os relataba. Fueron meses de huida de mí misma. Pero le derroté, supe hacerlo. Aparqué mi vanidad, olvidé mi coquetería, dejé de leer, de pensar, de brillar y, una mañana, de refilón, vi en el espejo que ya no estaba, había desaparecido de mis ojos. Había desaparecido.

Sabía
Antes de
Que llegaras
Que estabas

En alguna parte. Que eras de algún modo.

Ahota te sé
Ahora me sabes.


Alberga
Me
Comprende
Me
Consiente
Me


Dáteme
Ofrécete
Me

Estabas
Antes de
Que llegaras
Sabía que...
.

Enero 1986. Enero 2022

Me arrinconaba.
Como era impotente me instruí en enredar con cierto esoterismo y así adquirí un tramposo poder. No hay nada mejor que confiar en que se pueden agitar las hojas de los árboles para que cuando el viento bufe porque toca, porque sí, creamos que precipitamos ese proceso. Y justamente fui tomando el gobierno de una realidad que era la mía, pero que me era irremediablemente intrusa.

Los niños son verdaderamente magos, ellos saben, incluso, dentro de las más calamitosas existencias, advertirlas lejanamente y transmutarlas. Son de goma, ignífugos, permisivos, indisolubles y, sobre todo, son gurús en la maestría de despertar tras una aparatosa caída sin moretones ni rasguños. Lástima que no se sea eternamente niño.

Y así era yo. Ágil ante los obstáculos ordinarios. Me ejercité en no dar oídos a letanías que luego pudieran encajarse en mis sueños, a contener envites, a levantar mi tapia alrededor. Ver pero no retener, oír pero no escuchar, percibir pero no llegar a sentir.
Con estas destrezas puedes llegar a creerte indestructible, a salvo de todo. Pero como no hay arena que no se escurra entre los dedos, todo cae, todo cala, todo es.

El problema comienza cuando, salvados los años, pierdes la pericia en poner y quitar la valla y, cada vez más asiduamente, la pones y no sabes cómo quitarla. Te sorprendes pensando en por qué si tú eso lo has dispuesto mil veces. Ocurre que ya no eres ni tan dúctil ni tan etéreo, sucede que te gusta tu valla y que has aprendido a vivir ahí dentro.
Lo que se tuvo que ejercitar y educar es ahora condición de vida. Y os certifico que lo que valía oro entonces, hoy estigmatiza. Los galones se convierten en cicatrices que uno se esfuerza en ocultarle a ajenos y, lo que es peor, a propios.

Descubres que hablas tu lengua materna pero que además chapurreas otro idioma, cierta jerga que sólo a ti te pertenece. Observas que lo que es industrioso para otros, para ti es ineficaz. Que el analgésico común te provoca cefaleas.
Y te alejas y otra vez te arrinconas, como entonces. Y lo malo es que ya sabes que hay que levantar otra valla.
Los consejos de unos, para otros, son inútiles. Asumámoslo. Es como pretender amar con técnica o teorizar desde el sentimiento.
Lo que transformó al carnicero en cirujano, no es eficaz para la instructora de fracasos.

Yo sé volar de medio lado. Tú ni lo intentes. Tú sabes tragar fuego. Y pinchos. Y clavos. Y, por ello, tu garganta tiene una pátina envidiable. Yo ni sé, ni aspiro. En mi pescuezo no hay barniz; no lo hay hoy y no lo habrá nunca por mil espinas que engulla.

Huye de las lecciones antes de que éstas sean ley. Ley cuestionable, más ley.

Premisa número uno: nunca des la razón a un desengañado que ha aprendido a llevar ese abrigo. Te expondrá cómo, por qué y para qué se encajan los golpes. Pero los golpes nunca se encajan del todo y, en cualquier caso, nunca lo hará igual un melómano que una educadora de chascos.
Y pierdo.
Vencida a manos del semejante que amo.
Y me formo estatua. No respiro.
Así permanezco. Ni pienso, ni peno, ni concurro.
En mi hieratismo aguardo, pero aún no lo sé.
Siento que no consto. No soy. No peso.


No es llaga, es ausencia.
Ausencia de todo.
La nada.
No es voz, es mutismo.
No es congoja, casi tolerancia.


Sé que he perdido.
Me desuno.
Nada extrínsecamente interesa,
si mi íntimo es arena.


Dormito.
Escapo.
Me aíslo.
Un cerrojo.
Calzo cota de malla.


Sangrantes heridas.
Me aletargo.
Invento que no las veo.

Más son mías. Son yo.
Y pierdo.

CAOS

Todos, por pertenecer al santo Orden de lo que sea, de lo que hay, de lo que toca, amamos la anarquía. Y la amamos por encima de todas las cosas, da color, divierte y redecora. Pero, como todo, a ti te rogamos, amado Guirigay, lo seas con cierta medida, con disimulo y nunca desconsideradamente.

A la oración, intención o fantasía del desbarajuste, le presumimos un buchito de cordura. Ocurre, entonces, que algunas veces el desorden administra todos los minutos, todos los días, todas las horas, toda una existencia, toda una época, todo un mundo y, llegado ese día, esperamos con compulsión e impaciencia al redentor que nos devuelva la inapetente rutina.





Redentor que ya llegas,
Vislumbran mis entrañas.
Borda con tus hilos mis tropelías
Escribe un decálogo con mis descuidos
Y líbrame del poderoso y deseado caos,
Ahora y siempre
Por las próximas centurias
Así sea.

Patitas pizpiretas y resolutivas que hacéis verdad, construís mi cabaña para este agonizante invierno que hiere. Palabras. Os enredáis de tal modo que sois capaces de cambiar la realidad, activas y participantes. Llenas de participios, conjugadas y preñadas del viril y soberano verbo.

Señaláis el objeto de mi necesidad, entonando y declamándome como sujeto.

Remake...

Como si viera una vieja película en blanco y negro, ahora coloreada, así me registro. Todo lo que yo maldije, el espanto que desorbitaba mis ojos, la incoherencia y la falta de fortaleza a la que desheredé y humillé en el suelo. Todos esos elementos, malditos y expulsados de mis cercas, habitan ahora mis caderas.
Laceran como una espeluznante carcajada en mitad de la noche; me miran con ojos saltarines y me hacen tragarme todas mis palabras, todos mis reproches, toda mi clarividencia.

Herencia, te destesto. Pataleo contra tu cárcel de máxima certeza que no me permite declinarte. Y las patadas no son más que otra escena de esta representación que el ciclo garabateo para mí.

Nunca habrá más culpables, habiéndolos. Nunca nadie recriminable, siéndolo. Todo aceptable, sin serlo. Porque ahora soy yo la no capaz. La vergonzante no avergonzada

Hago que duermo.


Martes. Plomizo. Está cargado el ambiente callejero con cierto tempo dominical. Es mi horario laboral, pero mi mente vaguea rechazando los quehaceres que me observan desde encima de la mesa; yo también los miro, burlona. Porque me produce un extremo placer que me esperen mientras yo me dedico a pulsar el teclado haciendo magia: cambiando la inmaculada blancura de mi pantalla por el acelerado y sinsentido sombreado de esta tormenta de ideas.

Hoy me siento especialmente juguetona. Veo por encima de las cosas, planeo unos centímetros más arriba, lo que me permite ver toda la pieza e incluso encuadrar la sombra que proyecta. Aprovecho el ejercicio.

Viandantes. El señor corpulento, arremangado en este día más que fresco. Un mensajero manosea un mamotreto de papeles con el hastío propio de un octogenario de despacho. La chica bonita que fuma y que, siendo bonita, se regala a sí misma una imagen adecuada al peor espejismo imaginable.
Cada uno con sus cosas. Cada uno con sus sospechas, sus desdichas, sus quimeras, sus disimuladas faltas y sus íntimas pretensiones. Cuentas de un mismo collar eterno, infinito. Un, hasta el fin de los días, perenne lamento de insatisfacción.

Pero y, a pesar de todo, el día tiene su actividad, cada uno sabe estar donde le corresponde. Nadie tira la toalla y se mofa de su vida, haciéndola un corte de mangas. No. Celebremos esta absurda constancia porque nadie va a avalar nuestro desacuerdo. Porque estamos muertos de miedo. Porque nadie nos ha educado para romper filas, ni nos hemos parado a pensar que somos los protagonistas de la letra de una chirigota. Y porque es mucho más difícil darle un sentido a todo esto que poner el piloto automático.

Ante las naúseas, vuelvo a mis huérfanos quehaceres que me necesitan más que nada.

Y a pesar de los dos, uno.

Fue casi un tropiezo, lo que alineó tus ojos con los míos.
Circunstancias de circunstancias que se enredan sólo para que de lugar a aquello inverosímil, aquello que es absurdo, inhábil e innecesario.

Yo era el lamento. Perpetuo.
Ahora soy la música. Eterna.

Ahora te llevo en la punta de mis rizos, allí donde camine.
Hueles. Eres en mis rincones.
Tú no me abandonas, ni siquiera, cuando te vas. Yo no te abandono, ni siquiera, cuando no estoy.

Dos tan dos, que no saben ser de otro modo y que, a la par, nadie es más que ellos sólo uno.

Cuatro ojos alineados. Sí, por casualidad. Pero, sobrecogedoramente, alineados.

Y te quiero. Y a veces mal. Pero, infinitamente, te quiero.

HOUDINI


Se acerca el peligroso punto del abismo, allí donde será todo o nada.

Yo lo quiero todo, asomarme y ver todo un acolchado paisaje de cuento. Mullido. Abriéndome los brazos.

No puedo evitar imaginar que me asomo y diviso voraces fauces, hambrientas, que llevan siglos esperando cuartearme la carne. Por culpable. Por apurar demasiado mis posibilidades y creerme Houdini.

Pienso. Pienso. Cruzo los dedos y, hasta desde lo más hondo de mi ateo estómago, rezo. Oro. Prometo y hasta lloriqueo.

"Eres cobarde y has caminado demasiado por la cuerda floja como para no acabar temblando al cobijo de esperar que no sea nada".

La locura. Ya llega. Siento que me atrapa, me coge en volandas y me da vueltas y más vueltas hasta hacerme sentir como borracha, inmaterial. Bendita ebriedad, ésa que no tiene problema en dejarte marchar. Lejos. Tan lejos como para alcanzar un lugar en el que tu cuerpo ya no tiene peso, tu cabeza no piensa y tu vientre no reza en gruñidos suplicantes con deje de Belbecú.

Bendita locura.

Quema en este fuego potente y purificador todo mi miedo.

Cobarde. No pintes abismos en tus lienzos si ni siquiera eres capaz de trepar a un árbol sin vomitar por el vértigo.

Cobarde. Dame tu mano y métete en tu caja de música. Proporciónate sólo cuerda para girar en redondo una y otra vez, una y otra vez... No te permitas la altanería que te has concedido con las piruetas.
Todo lo de ayer, hoy, es nada. Cabrá todo lo que tienes hoy, mañana, en la arruga de tu falda.


Atrancar. Actividad para la pasividad.

Cierro la puerta. La de fuera. La que bloquea el acceso a mi lugar ahora, a esta metálica habitación.
Y cierro la puerta. La de dentro. La que aísla mis vísceras del histérico alrededor.

Y luego, me digo, que hoy no quiero aspirar, elaborar, digerir y luego escupir pedazos plúmbeos que revuelven mis tripas. Y no, tampoco quiero olisquear aromas prometedores, revolver sus nutrientes con mis entrañas y engatusar con ellos a mis carencias.

Tanto deber despedaza. Actividad que, tanto da vida, como mata. Oxigena pero oxida.

Hoy me quedo escuchándome respirar, jugueteando con mis uñas y recreándome con la idea de que mi cuerpo ocupa un lugar en el espacio. Total, lo de fuera hiere, ejerzamos la chulería por dentro.
El todo que produce vacío.

La parte que da completud.

El silencio elocuente.

El sordo sonido que no dice nada.

El amor que arroja.

La soledad que acompaña y alberga.

El brillo que oculta el objeto.

La oscuridad que ilumina.

Ser sin serlo.

Desaparecer, llenándolo todo.

Ciclo que se cierra, dando el movimiento a la próxima apertura.

Credo

Creo en mi. En el "será" que esbozan mis intuiciones. En las pulsiciones salvajes de mis dentelladas.

Creo en mí. En la vigencia de mis necesidades. En la existencia de mis vacíos.

Creo en mí. En lo potencial de mis creaciones. En la complejidad de mis ganas.

Creo en mí. En mis ardores, en mis desvelos, en mis náuseas.

Creo en mí. En las ilusiones aniñadas de mis despertares. En mi actividad.

Creo en mí. En mi compañía, sabiéndome toda. Una. En mi yo. En mi estar

En mí, todopoderosa, creo.

Guerreo conmigo y con lo de más allá. Apropiarme de mis miedos no es sencillo. Son míos y, a la vez, me plantan cara y son capaces, tanto de obedecerme y aparecer cuando los llamo, como de permanecer cuando les suplico que se larguen.

¿Contra qué competimos? ¿Contra el escurridizo exterior o contra el propio interior hecho cosa? Esta segunda posibilidad podría rompernos los huesos, el alma, partirnos en dos. Porque lo que nos es ajeno está allí, ubicado, tiene peso y ocupa un espacio, pero lo que es nuestro -y ajeno- está allí y está aquí -en mí- ocupa un peso y un espacio -el mío- y tiene tantas formas como mi inseguridad, que es omnipresente, voluble y capaz de abrigarse con todos los disfraces que mis miedos albergan.

Como me conozco, sé que aquello de fuera forma parte de mí. Como me desconozco, no sé qué forma tiene hoy lo que yo misma he engendrado.
Estereotipadas conciencias que abaratan los caracteres, que les quitan firmeza, que los uniforman.

Escapar de la cadena de montaje es tarea fácil. No hace falta esperar a que duerman los obedientes centinelas. La conciencia de que ellos velan las cancelas endurece las ganas, las huídas, los motines.

Escapar del fordismo a la hora de digerir el mundo debería ser un padrenuestro.
Esquivar de la planicie imperfecta de nuestros miméticos cerebros.

No soy como "hay que ser", ni camino como corresponde a mi gremio. Pero, si yo fuera tú, me preguntaría porqué son iguales todos ellos.

De puntillas en tus pestañas
sonriendo a tu adentro.
Esperando el destello,
aprobación en tus pupilas estriadas.

Tus ojos se achican,
enmarcan,
enfocan.
Tiemblo.


A la espera. Desnuda.
Y sonriendo a tu adentro.

No soy tu patilla izquierda, tampoco la derecha. Ni tu peroneo. Tampoco mis sístoles/diástoles ritmean con los tuyos.
Soy el dibujo artístico en tu papel cuadriculado.
Soy la mancha impertinente en tu camisa de los domingos.
Eso que no debería, pero que es.
El descontento se enquista, abre brazos y se enrama con los rincones oscuros. Hay que saltar antes del choque porque las frentes van altas hasta que bajan. Porque lo que es, lo es hasta que pierde la base de su mezcla, mientras huele a lo que lo componía como ese ser primigenio. Ese ser primigenio que muta, que ya ni es ni está.

Cantos de sirena

Palabras vacías pero que al cruzar, en su momento, el umbral de mis tímpanos sonaban deliciosas, me almibaraban y me llenaban de esencias de fiesta. Subía orgásmicamente mi adrenalina, dibujando una realidad brillante y puntiaguda como aquellos libros de cuentos con relieves de castillos, reafirmados en sus vívidos colores, con sus hadas y princesas de cartón móviles.

Palabras. Sólo eso. Palabras que ahora laceran mis llagas. Palabras que se esfuman para no haber existido jamás, siéndome tan difícil volatilizar su breve presencia...



El hombre que mira más allá de sus narices.



Hoy me despierto tosco y solitario
no tengo a nadie para dar mis quejas
nadie a quien echar mis culpas de quietud

sé que hoy me van a cerrar todas las puertas
y que no llegará cierta carta que espero
que habrá malas noticias en los diarios
que la que quiero no pensará en mí

y lo que es mucho peor
que pensarán en mí los coroneles
que el mundo será un oscuro
paquete de angustias
que muchos otros aquí o en cualquier parte
se sentirán también toscos y solos
que el cielo se derrumbará
como un techo podrido
y hasta mi sombra
se burlará de mis confianzas

menos mal
que me conozco

menos mal que mañana
o a más tardar pasado
sé que despertaré alegre y solidario
con mi culpita bien lavada y planchada
y no sólo se me abrirán las puertas
sino también las ventanas y las vidas
y la carta que espero llegará
y la leeré seis o siete veces
y las malas noticias de los diarios
no alcanzarán a cubrir las buenas nuevas
y la que quiero
pensará en mi hasta conmoverse
y lo que es muchísimo mejor
los coroneles me echarán al olvido
y no solo yo muchos otros también
se sentirán solidarios y alegres
y a nadie le importará
que el cielo se derrumbe
y más de uno dirá que ya era hora
y mi sombra empezará a mirarme con respeto

será buena
tan buena la jornada
que desde ya
mi soledad se espanta.

MARIO BENEDETTI



"No soy perfecta. Me encenago a diario y escarbo en la greda a un paso de zozobrar de mis piernas.
Soy vehemente y mudo de piel como lo hace aquél que novela.
Camino veleidosa e irregular, imprecisa incluso con mi ciencia.
Me desembarco de mí cuando ayer no supe arriar las velas.
Pero siempre soy yo, inmutable ante cualquier cancela."

Error



Blindada intuición que practica orgías con la mente salpicada de duelos. Calla y, mientras calla, rompe equilibrios gritando falacias que se aventuran a cruzar alambradas repletas de espinos. Retrocede y se araña y, en su arrepentimiento, acelera el avance hacia el coto oscuro.
Un vez allí, no atina a volver y camina insalvablemente perdida. Todo sentidos. Ojo avizor. En tierra de nadie. Sin sol (sin luna). Allí no hay veredas. Por acusarlas, las perdió. ya no las tiene.

"No vuelvas", se sugiere. "Camina presurosa, no hay error...". Errada -eternamente- vagará y, sin elección, tropezará con su siguiente e ineludible error.
Por no sentirse cazada, le llamará presa.

REBAJAS


Medio kilo de comprensión ofertaba tu brillo,
que adquirí a precio de tonelada.
Vacié, por ella, todos mis bolsillos
y lo atesoré junto a tu mirada.

Tuve que comprar entereza a plazos
para no caerme ante tus palabras.
Alquilaba, las tardes, horas en tus brazos
y supliqué piedad muchas madrugadas.

Y caminé por Madrid, vendiendo mi alma,
en cada escaparate que me miraba.
Cada vez que tú robabas mi calma,
yo pujaba por que me llamaras.

Hoy pongo en venta toda mi ilusión,
liquidándola a precio de ganga.
Todo el escaparate por una canción
que me saque de estas rebajas.

Las Maripepis


Hoy la jornada laboral me permite abrir este documento de word y estallar. Los mareos y nauseas me vienen acompañando desde hace unas doscientas quince horas, momento en el cual se me indisgestó el mundo.

Recuerdo los juegos de recortables que usaba siendo niña, esas rechonchas muñecas de cartón que, mediante pestañas, podían ser equipadas con todo tipo de vestidos y complementos: el pijama, el atuendo de playa, el uniforme escolar... y que, por alguna extraña razón, jamás parecieran vestidas del todo. Se distinguían como realidades ajenas, por un lado la siluetilla de cartón, por el otro, cualquier tipo de avalorio superpuesto. Nunca parecieran fundirse y ser un todo. Por explicarme mejor, cuando yo vestía a mis recortables con esa ortopédica moda, ¡seguía pareciéndome que estaban desnudas!, aunque las colocara un bolso en cada mano.

En aquellas lentas tardes nunca resolví el enigma. En esta frenética mañana, tampoco.

Hoy sé que me siento igual que cualquiera de esos rígidos muñequitos, la adaptación a la realidad, o bien, ese vestido imprescindible que toca cada día y que, oportunamente selecciono, casi siempre me hace sentir desnuda. Me siento igual de perpleja que con seis años: ajena a lo que se me coloca a través de esa pestaña -herramienta que existe para hacer encajar realidad y sujeto- y sigo sin saber si es que los vestiditos están mal confeccionados o si el maniquí -es decir, la que viste y calza- viene de serie con una deformidad.

Hoy me siento como una "Mari Pepi" resignada, muy, muy resignada y tan sólo tengo deseos de andar desnuda, de liberarme de todo eso que me cuelgan y que yo no necesito.

Por favor, dejen a las Maripepis desnudas o, al menos, a aquellas a las que nuestra falda no ondea al viento ni creemos que se necesario.

Realismo Mágico

Todos hemos escuchado hablar de la corriente literaria “Realismo mágico”, cada vez que ha caído en nuestras manos libros como “Cien Años de Soledad” del maestro Gabriel García Márquez. Pero ¿qué es el “Realismo Mágico”?

Como término, fue acuñado en la tercera década del siglo XX y empleado por primera vez por Franz Roh -crítico francés- para referirse a una escuela de pintura. Por tanto, lejos de ser un término originariamente literario, se usó por el mencionado crítico para describir a un grupo de pintores post-expresionistas siendo absorbido, posteriormente, en el campo de las artes plásticas y sustituido por el término “nueva subjetividad”, pero fue tomado por la literatura para enmarcar una tendencia hispanoamericana en 1970.

El realismo mágico se puede definir como un modelo estilista que describe lo común, lo cotidiano como algo que se muestra irreal o extraño. El creador se recrea en aspectos del día a día y trata de extraer y desenmarañar lo peculiar que existe en lo común y en las acciones humanas. No se trata de elevar al rango de realidad la magia, sino de dibujar la realidad como un ente mágico. Es un arte, el arte de sugerir lo sobrenatural siendo fiel a la naturaleza, trastocando para ello, la percepción de las cosas, los personajes y su “haceres”. Ningún personaje “realista mágico” lo vamos a encontrar en menesteres como el extrañamiento o desconcierto frente a los acontecimientos mágicos en los que se ven envueltos. Es una alteración fabulosa de la realidad desprovista de sorpresa o sobrecogimiento ante lo sobrenatural que acontece.

La corriente literaria está empapada de la cultura latinoamericana, a partir de la interpretación de los europeos acerca del fenómeno de la colonización. Descripción de relatos sorprendentes acerca de las cosas mágicas que los exploradores encontraban en sus viajes.

La primera manifestación del realismo mágico en un cuento aparece en 1920 con “El Hombre muerto” de Horacio Quiroga y culminará la tendencia, varios años después, a través de Borges y con “Cien Años de Soledad” de Gabriel García Márquez.

Este fenómeno es capaz de superar la imaginación del lector, pero sin desprenderlo de esas tradiciones que heredó de sus antepasados o aprendió de la vida misma.

Muchos escritores son considerados como pertenecientes a esta corriente literaria: Miguel Ángel Asturias, Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez, Isabel Allende, Salmán Rushdie, Lisa St Aubin de Terán, Louis de Berniéres, Gunter Grass, Laura Esquivel, Mario Vargas Llosas...

Los rasgos de nuestros protagonistas, dentro de su realidad, pueden ser: clarividencia, levitación, vidas largas al estilo bíblico, milagros, enfermedades mitad imaginarias que son exageradas hiperbólicamente…

Hubo algunas causas que podríamos considerar condujeron a la irrupción del realismo mágico podrían ser: la crisis de la religión; crisis del postmodernismo: el postmodernismo había agotado su manantial y ya no podía inventar estructuras nuevas porque sus frases carecían de lo mágico; el aumento paradójico de la alineación y la soledad en el medio de un mundo más y más aglomerado tenía que ser resaltado en literatura frente a la frialdad del postmodernismo.

El realismo mágico apareció paralelamente con la cultura Beat y ambas corrientes descubrieron, por rutas y raíces distintas, la felicidad de las cosas simples.


El realismo mágico es una crónica dentro de la cual se suceden los más fantásticos detalles y milagros hechos por personajes con dones y poderes estrafalarios -que son descritos por sus hazañas- todo en una épica acelerada, llena de cosas grotescas, metáforas, hipérbole y lenguaje poético.

En mi barro


En el barro me crié,
mis pies eran de papel.
Las palabras, lecciones de miedo.
Los silencios, zumbidos del ruido.

Aguijones que se clavan
en la vieja herida de ayer,
Ojos sin limbo, mujer callada.
Caja de música que, macabra, gira y no suena.

Resaca de aquello, no cesas...
Fuiste, eres y serás.
Difícil "punto y aparte" huidizo.
Arraigada mi verdad.

UN AMOR DE ABRIL


Eras mío, encajonado en mis estanterías,
Primer caminante de mis galerías.
Conquistador primero de mi andorga,
Prodigio hecho piel de la mía.

Obra de mis andares y poses,
Resultado de mi nombre en otras voces,
Amazonas vivo de mi linfa,
Siendo donde te reconoces.

Estás y no estás, pero te tengo
Clavadito en cada amanecer y,
Cada vez que mis párpados arrían,
Vuelves conmigo a estar. Vuelves a ser.

Huir de tu ausencia con la mía


De limpieza embadurnaré mi cara, de orgullo, de distancia, ni un piar…
Altanera y esquiva cruzaré la acera, antes que tu indiferencia me haga llorar.

Y subiré sofocada a cualquier torreta, lejos del asfalto, enfrentada al mar.
Y tragaré mis palabras de pinchos y clavos antes que pedirte que vuelvas más.
Encontrar el compañero ideal es un concepto aniquilador. En palabras de Badiou: “En todas partes se afirma que las cosas se hacen para su bienestar y su seguridad, desde los agujeros en las aceras hasta los controles policiales. En el fondo ahí tenemos a dos enemigos del amor: la fiabilidad del contrato asegurador y el disfrute de las satisfacciones limitadas”

TORERA

Apoyada en el hombro del otro soy más torera, más pequeñita, más limpia y menos yo. ¿Qué es la valentía? ¿Heroicidad? A mí, me temo, me faltan agallas para caminar por el orbe sin las zapatillas del miedo; no sé sacar de mi mochila esa sensación de alerta y, hasta en las fiestas, cavilo y me zumban los oídos por mis desvelos.

El miedo es correligionario mío y, casi siempre, le dispongo mi hombro para que allí esté. No necesito nombrarme caudillo de arresto, pero sí me preciso testificar mi alarma, tanto como inhalar oxígeno.
Escupir:

Intr. Arrojar saliva por la boca.
Tr: Arrojar con la boca algo como escupiendo.

Despedir o arrojar con violencia una cosa.
Rechazar, no aceptar un cuerpo o un asustancia.
Confesar, decir lo que uno "sabe"

Escupes, oras... Despides y arrojas con violencia. Ensucias y enturbias, pero esa confesión, ésa, tu verdad, la que vistes de gala y elevas a la categoría de realidad absoluta. Pura, compacta, llena de sí. Ella no es.

Tu verdad es tuya, propia y respetable. Parte de ti, hecha cuerpo. Interiorizada y capitana de todo este barco. Jefa y tutora

de mi realidad, de mí. De "tu mí".

Pero tu verdad apenas es un reflejo en un cristal empañado de lo cierto, de lo real, de lo que existe. Más tus palabras hacen, construyen, preñan, trazan y llegan a ser.

Pero no. No es.

Pero y, apesar de..., sin dudas, sin titubeos, TÚ despides y arrojas con violencia, rechazas y no aceptas, y dices, creyendo saber...

Recuerdo en sepia

De olvidados pasos queda este recuerdo.

Desarropado invierno que se lleva el aire.

Verano inicial que ganaba el tiempo.

Presente, ahora, que ya no es de nadie.


La luz del verano abría las puertas,

El marrón del otoño juntaba las manos,

El frío del invierno nos torció la mueca,

Hoy la primavera aleja los pasos.


Principio que hiciste batir nuestras alas,

Anteayer que supiste mantener el vuelo,

Ayer que afinaste nuestras miradas,

Hoy, que enmudeces nuestros "te quiero".

Seguir actuando

Actuaciones desatinadas que emborronan el final. Interpretar sabiendo que el telón ya se ha bajado. Negarte a reconocer que el decorado se decolora y se agrieta, que la función no se corresponde con el guión, que tu papel de antihéroe es el del protagonista. Que interpretas sin fuerza, que las vigas del teatro se pudren. Que el público se fue... Que no hay historia... Que las luces forman parte de tus esfuerzos oníricos.

Aplaudir y recrearte bajando el telon. El telón que cayó dos actos antes.
"Y con vértigos extraños, en su confusa visión de insípidos desengaños, ve llegar los grandes años con sus cargas de algodón."
Balzac



Quiero, puedo y pretendo jurar...

Quiero seguir, seguir quiero
Jugándome a las chapas mi alegría
No quiero por mi pilar al dinero
Y sí como cimiento mi sonrisa

Puedo llegar, llegar puedo
A meter mis sueños en la vida
A batirme en duelo con el miedo
A levantarme tras cada caída

Pretendo conseguir, conseguir pretendo
Mantener fresca mi inocencia
Suspirar siempre con sentimiento
Ser solo una con la experiencia

Juro amar, amar juro
A la gente ilusionada
A los corazones puros
A la enérgica mirada

Mañana será, será mañana
El día del “quiero” y el “puedo”
El “pretendo” una liviana
Intención del juramento

No soy


Sueñan las marionetas con cobrar vida
Pensar, tomar decisiones y tener piel
Más son madera y no respiran
No se puede escapar de lo que se es.

No sé que soporto menos, si mi dificultad por escapar de mi misma o la realidad inconsistente y falsa que rodea todo cuanto es. Yo misma: siempre reclamante y reactiva y, sin embargo, contemplativa y tolerante, con infinitas tragaderas propias de un ser que se queja por no cambiar y que, sin embargo, no extrae aprendizajes racionales, prácticos ni terapéuticos.
Pero, admito, el rechazo de uno a aquello en lo que vive inmerso, supone un desprecio a la propia valía… Mucho cuestionar y cuestionar minutos, horas, días, mientras se permanece sumergido en la inmundicia.

Yo soy la primera que no da un paso hacia el camino de mis deseos, que me nutro de sobresaltos y pataletas aletargadas, loca por encaramarme a sueños y compartimentos diferentes, con colores que conozco; sé bien como son, sé como es la melodía y el estar allí, pero como no lo encuentro, no escapo del resto de estancias deslucidas, cacofónicas y hostiles… Creo que me he conformado porque es más fácil que abrir la puerta y “pasillear” arriba y abajo buscando mi cuarto. Cambio la revolución completa y necesaria por una triste queja en un hilo de voz, destinado a apagarse y disolverse en las ondas.

Lo terrible y peligroso es que a veces me posee la ilusión, parece excitante pero, en realidad, es una gran putada porque es en ese momento cuando se desdibuja el boceto anterior, el firme, el que tiene el mapa, el que me hace escapar de los momentos de psicosis dictándome el “por ahí”. Me pierdo hasta llegar a desconocerme (aún más) y no saber discernir entre aquello que nos es connatural y aquello con que nos hemos contaminado. Más sé que pocos individuos perecieran percatarse del estercolero de contexto en que se mueven. Pero también fantaseo con rodearme de seres lúcidos que me compartan, que griten y modifiquen, que se quejen y lloren, que bailen y maldigan.

¿Quién dirige tu camino? Soy tu responsabilidad, y así te hablo.


Atizada por tus clamores, repulsas e invectivas, comienzo a caminar. El primer encuentro del camino es un individuo de terno sombrío, indescifrable y ceñudo. Su inspección dura y sin una pizca de piedad, hace que me sobrecoja y tenga que sentarme apoyada en la pared. Se acerca, siempre supe que se dirigiría a mí y, en el temblor y celeridad de mis pasos, hay una negativa a rendirme pero ¿por qué escapar? Nadie podría hacerlo porque ese tipo soy yo, y yo soy él.
Responsabilidad, dice llamarse.
Me refiere que mi baja honrilla es fruto de mi creación. Escanciamos café…
Me mira fielmente y me confiesa que tú no puedes quererme porque yo no me quise por quererte a ti; tú lo sabes y me despojas de lo más precioso: mi amor propio.
Yo ya te lo legué, no te desluzcas arrancándomelo.