HOUDINI


Se acerca el peligroso punto del abismo, allí donde será todo o nada.

Yo lo quiero todo, asomarme y ver todo un acolchado paisaje de cuento. Mullido. Abriéndome los brazos.

No puedo evitar imaginar que me asomo y diviso voraces fauces, hambrientas, que llevan siglos esperando cuartearme la carne. Por culpable. Por apurar demasiado mis posibilidades y creerme Houdini.

Pienso. Pienso. Cruzo los dedos y, hasta desde lo más hondo de mi ateo estómago, rezo. Oro. Prometo y hasta lloriqueo.

"Eres cobarde y has caminado demasiado por la cuerda floja como para no acabar temblando al cobijo de esperar que no sea nada".

La locura. Ya llega. Siento que me atrapa, me coge en volandas y me da vueltas y más vueltas hasta hacerme sentir como borracha, inmaterial. Bendita ebriedad, ésa que no tiene problema en dejarte marchar. Lejos. Tan lejos como para alcanzar un lugar en el que tu cuerpo ya no tiene peso, tu cabeza no piensa y tu vientre no reza en gruñidos suplicantes con deje de Belbecú.

Bendita locura.

Quema en este fuego potente y purificador todo mi miedo.

Cobarde. No pintes abismos en tus lienzos si ni siquiera eres capaz de trepar a un árbol sin vomitar por el vértigo.

Cobarde. Dame tu mano y métete en tu caja de música. Proporciónate sólo cuerda para girar en redondo una y otra vez, una y otra vez... No te permitas la altanería que te has concedido con las piruetas.