Y a pesar de los dos, uno.

Fue casi un tropiezo, lo que alineó tus ojos con los míos.
Circunstancias de circunstancias que se enredan sólo para que de lugar a aquello inverosímil, aquello que es absurdo, inhábil e innecesario.

Yo era el lamento. Perpetuo.
Ahora soy la música. Eterna.

Ahora te llevo en la punta de mis rizos, allí donde camine.
Hueles. Eres en mis rincones.
Tú no me abandonas, ni siquiera, cuando te vas. Yo no te abandono, ni siquiera, cuando no estoy.

Dos tan dos, que no saben ser de otro modo y que, a la par, nadie es más que ellos sólo uno.

Cuatro ojos alineados. Sí, por casualidad. Pero, sobrecogedoramente, alineados.

Y te quiero. Y a veces mal. Pero, infinitamente, te quiero.