A resultas de mi cúmulo de aristas, te araño.
Te aullo, me concentro de toda la verdad,
apelo a toda la estirpe de mi dolor puesta en fila.

Pero
no hay apego a tu rechazo más de un segundo,
porque, instantáneo, salivo y me arrodillo.
Averiguo de tus manos. Con avidez. Por ternura.

Pero
no eres; me amotino.
No hay cortesía, ni me vale ni la profeso
para girar como torbellino de incomprensión.

Pero
prevalezco antes de que te hagas arena,
salgo de mi rincón, incluso a gatas, e incluso trato
de hacer tratos con la razón.