Fue





Era yo

    Y yo  nacía

     Y mamaba del pecho,

     Comía de todos los maizales,

        Escuchaba cuentos de todas esa bocas.

                   Me vestía de las pieles más vistosas

                                               Y

                                                     Te conocí en ese verbo, el que vomito

                                         Y me desnudé.  Al principio, lo justo.

                                   Luego desaprendí  lo que supe antes. 

                               Y me moría de hambre.

                           No hallaba la teta.

                    Y yo moría.

No estaba.

                       
                              

Bártulos


 
 
Envidio tus piernas que te permiten

 refugiarte en el parque.

Envidio tu fe que te permite lanzarte al vacío

 y descolgarte del minúsculo mapa.

Envidio tus quejas,

tu afonía después

del revuelo,

de mi llanto,

de mi apocalipsis.

Y envidio todo ese laberinto

que conoces al dedillo,

que lames sin descanso,

que  muestra en mis pesadillas

esos dos pisos,

esa buhardilla tuya,

este sótano mío.

Abecés me son (y, a veces, me son)

Se hacen obús en mi estómago; entonces, sé que llegan.
Son visionarias, esas palabras mías que me cortan la respiración, que amoratan mis manos, que acrecentan mi rabia.

Oráculos a los que sirvo indecentemente.
Visionarias. Mías.

Más yo que el yo con el que me desenvuelvo.

Abejas zánganos del orden que todo lo desordena. Pulsos que se agitan; signos vitales alterados y, a veces, la muerte en un intervalo lo suficientemente largo, insultantemente corto. Suficiente y escaso como todo aquello que brilla, como las tristes verdades, como los segundos de este segundero mío que va, ahora sí, ahora no, descomponiendo mi vientre. Haciendo trizas a patadas lo que ayer guardaba fuerte en mi puño y hoy, a la luz, no es más que polvo aún caliente pero polvo que caerá sin peso, sin vida, líquidamente hacia el suelo. Y manchará mis botas. Y será un estorbo. Y me será ajeno.

Son ellas. Únicas.

Automáticas e impacientes me van contando: tú así, tú estás, tú eres. Y yo que no sabía, sin su purga, todo lo que yo guardaba aquí adentro. Y, en su vómito, me reconozco. Siempre viene siendo así.

Las amo.

Las temo.