Vivido

En cada encuentro su semblante deslucido por las arrugas del tiempo y, a la vez acicalado por la sapiencia de tantas cosechas, me mira firmemente. Y, cuando lo hace, siento que me inyecta toda la pujanza y serenidad que demandan mis músculos.

Anoche me hablaba sin mirarme; eran sus palabras una letanía que brotaba de su garganta y me tentaba de lejos, hasta pareciera que ni a él le pertenecían.
Discurrió acerca del remedio. Vocablo siempre definitivo, lo es para advertir de la solución a un inconveniente o para asumir la irremisible situación que en ocasiones acecha.
No peca de ignorancia acerca de remedios, conoce tantas cosas irremediables, está al tanto de enmiendas escondidas, detecta lo insalvable con su envidiable nariz. Calza tatuajes de fracasos y yo consigo repararlos todos en sus ojos, estos son un dilatado escaparate de experiencias y, si le miro, me mira y ve más de lo que yo establezco que soy. Conoce cómo me siento, cómo pienso e incluso sabe cómo me sentiré y qué pensaré dentro de mucho tiempo.

En mi mente le llamo "vivido", que vendría a ser algo así como experimentado, ducho, curtido de la vida. Maestro diestro para mis carestías. Capitán.

Venero cómo viste y cómo trascurre en nuestros extendidos cafés. Se enmarca en colores sobrios y le envuelven en un halo que le es propio, que le hace respetable, colores que le coronan y se sienten orgullosos de acompañarle, de ser con él. El verde apagado de su tabardo le hace una merecida presentación cuando veo que se avecina con su periódico bajo el brazo. Hasta ese instante, mi día ha podido ser lo más gris imaginable, lo más común de lo cotidiano, henchido nada más que de situaciones mundanas y simples, que es verle aparecer y todo da un prodigioso vuelco.
Madrid adquiere otro plomo, todo parece mucho más interesante, las calles toman un extraño color sepia, se decoloran como si perteneciesen a otra época e incluso los sonidos de la actividad urbana se modifican, he oído demasiadas veces y en demasiados lugares, campanadas en su compañía. Las emisoras de radio de los cafés se dignifican a su lado y los viandantes de las plazas son más elegantes que en mis paseos en soledad.