Hoy en la fuente había una fiesta.

Hoy en la fuente había una fiesta,

Saltaba rabisalsera la agüita.

Había sol, había niños; movimiento y alegría.



Yo sentaba, bajo la incolora

Sombra de la higuera mía,

Participaba sin ser parte de la algarabía.


No había risa en mis entrañas

Ni luz sobre mis rodillas,

Pero andaba yo caliente y contagiada sonreía.


Hoy en la fuente había una fiesta,

Que no era la fiesta mía.

Pero fui parte de ella y, ella, fue parte mía.

 

Pero disfrazada de peces

A ti, que te soy barro.

Para quien no soy más que el polvo mezclado en trágico accidente con el agua.

Sólo una máscara, forjada en carencias con demasiado apego a la farsa, carente del banquete del que todos disfrutan; privada de la sal.

Sin sal.

Niña muerta que coge tu mano con intención de robarte el calor. Niña parásito.

Asueto de la muerte, pero disfrazada de peces.

Boca que come, pero no ofrece. Manos que piden pero no dieron.

No habrá solicitudes al tránsito de esa niña muerta en mí.

Soy los ojos que me miran. Soy espejo.


Me siento en el bordillo a esperar otro tren. De esos que cruzan la luz, incluso en las sombras, y para quien sea
me doy-: rayo que por milagro es el albor de los días.

Lavado mi rostro, aunque guarde carencias, con inclinación a la vida, agradeciendo mi almuerzo que nunca me falta; sazonada a intervalos (y no por ello me quejo).

Con vida.

Niña, sin más. Que necesitaba esa mano con intención de compartir el calor. Niña perdida.

Feria de ser, que calza catalepsias.

Labios que sonríen. Manos que están.