Pastiche

Cárcel de engreídos barrotes
dispuesta para la angustia,
qué sencillo me fue,
al fin y al cabo,
pulverizarte en arena,
apenas con un creyente soplido.

A la mesa de la cena de los idiotas,
acostumbra a sentarse un predicador
pero, gracias a dios,a menudo le acompañan
un ateo y un escapista.

Y, entonces,
la cena se convierte en juerga
y el ateo multiplica los panes
y escapista sale a por más vino.

Invariablemente,
el predicador se queda sin postre.
Habitualmente,
disimula consagrando el jaleo.
Te advierto acumulando el verdor de esos campos en tus ojos, toda esa beldad que se espatarra obscenamente delante de nosotros.
En tu cara, el gozo y la libertad, se ocupan de tus rasgos. Sobre los hombros, mi descompuesto ceño muta en urna de cristal que va revelando mis precipitados pensamientos y mis lúgubres fantasías.

(He visto una escalera de madera podrida que suena bajo nuestros pies y que a mí me parece un mal presagio de lo que vendrá.
Un pie. Y otro pie...
Y mi sensibilidad avizor y mi feroz pensamiento encumbrándose por encima de la tarde más apacible con la que me he topado últimamente –eso sí, fuera de mí-

Te distingo yéndote, a veces, despacio; otras altanero y diligente, ocupándote exclusivamente de tus propios pies. Yo me veo detrás, en otra atmósfera y veo cómo me elevo y luego, arriba, me desinflo).


Algo has dicho que me ha sacado de mi ensimismamiento; entonces te sonrío y retorno a encerrarme de nuevo en mi particular maraña de hilos inconexos que me ponen sobre aviso de una manera urgente de algo apremiante.

Antes del alumbramiento de mi visión, me empiezo a ocupar de tergiversar el futuro.
Fructificaré los segundos de esa noche para ser uno contigo. Para ser, mañana, dos y, desde mañana, para siempre.
Antes de que amanezca, te habré desmantelado, porque lo he visto y siempre es igual.
No deseo en mí cara pucheros, ni escaleras podridas, ni estar alerta, ni quiero elevarme y, mucho menos, desinflarme arriba.

No volveré a fantasear con las negras probabilidades hasta que me ocupen todas las entrañas otra bella tarde como ésta.

Cuatro primeros a elegir

Tiene experiencia, exigida experiencia, en casar las puntas sueltas de todas sus vivencias absurdas para darle a su vida una linealidad coherente. No ha podido ser de otro modo; ella es una superviviente y se empecina en incluirse dentro del conjunto de la normalidad, a pesar de haber decidido, tras mucho meditarlo, divorciarse de todos aquellos que se parten la boca a...
codazos por pertenecer a “la primera fila”. Pobres diablos que desconocen lo relajadamente nítido que se ve desde la última fila todo este apestoso teatrillo.
 
 

 Sea mi fábula, la tuya
 o dispóngase al revés y,
entonces,
partiremos de cero
en repartir esta culpas.

No incites a nadie
a tus talantes sin saber
si le son forasteros tus anteojos
y si está dispuesto a pagar
sus pesetas en tus panes.

Sólo es universal el hambre
de puchero
porque el resto de apetitos
varían en los vientres
y se corrigen en las dietas.