"Cómo decir, amor, en qué momento te rompes dulcemente entre las manos, sin quejas, sin recuerdos, sin arcanos y tal vez sin temor ni sufrimiento."

Julia Prilutzky

 
 
Manos cuadradas que podrían eclipsar el sol

si se posicionan en el sitio exacto.

 Manos prudentes y labriegas, manos poderosas.

 Manos que, sin embargo, se afanan

en derribar los castillos de naipes,

 en apretar cuerpos frágiles, en amenazar pulmones.

 Manos asesinas que se amoratan

con el paso de la savia y sus inercias.

 Manos torpes que no saben mantener

 el peso de los frutos de la existencia,

 manos que no alimentan,

 manos que matan silenciosamente,

 manos precisas para la muerte,

 manos vanas para la vida.
 
 
 

Un desvarío


En este sábado de artificio alzo mi mano

Y detengo, no esta, si no cien primaveras

Para calumniar al sol que anda en el cielo

Frente a la tiniebla que habita mis caderas.

 

Retuerzo el gesto y lloro por sobre esta tarde

Porque detesto la luz en mi ventana,

La soberbia de los pájaros, ese modo

De levantarse el mundo a la mañana.

 

Admito en lo que siento un sinsentido

Mi intención, una; tu respuesta, otra.

El amor en este amor, un desvarío,

Rotos los te quiero de esta boca.
 
 
 

Humo




A los que venden quimeras y abusan de tener poder poder sobre los que sueñan con ellos, les sometería a la peor de las torturas. Gastan palabras en arrebatar sonrisas simplemente porque pueden y es que, de los poderosos, no hay que confiar ni en la verticalidad de sus bastones porque, en realidad, sólo tienen alas en sus sombreros.

Asoma reiteradamente a todas las misas el asunto ese de la dialética del amo y el esclavo y es que , tal vez, algún día fui amo y me desdibujé cuando el esclavo dejó de reconocerme. Ahora, portador del sable, voy a desobedecerte aunque me cueste el gañote.

Apócrifa


Zapatean mis manos por las teclas y mi cabeza por las nubes. Los dedos brincan, crean, se deshacen en hacer el futuro, en componer aquel algo (veo mi dedo corazón bailotear de las oes a las erres y desde las eles hasta las pes). Y así se desdoblan, se alargan como los dedos de un pianista, y se baten en duelo por transcribir el más bello ritmo o por crear la palabra más rotunda en el momento más preciso.

 

Las musas están aquí todas, completamente holgazanas, encima de mi mesa entregadas a una obscena bacanal de danzas y de protestas. De todas las musas que existen en el universo, una es mía, se llama Apócrifa, y es la única que no tiene forma real. A veces me complica porque muda de aspecto según caiga la luz y según los sueños se rompan. Pasa de un largo cabello gris a un corto y hombruno pelo rojizo; pasa del silencio más musical a la algarabía más doliente y más tosca. Nunca supe cuál era el color real de sus ojos. Pero es mía y ella lo sabe, y yo suya, y también lo sé. La reconozco porque tienta de un modo especial el pulso de mi muñeca a toquecitos inconfundibles: toc, toc. Y, entonces, mi sangre se tiñe del color que haya elegido ese día para sus cabellos.

 

Apócrifa también cabriolea en el centro de la mesa, junto al boli Bic que apenas tiene ya tinta; hace que no me ve y sacude la oscura melena que ha elegido para esta mañana; pero yo sé que me ve, como ella sabe que yo la estoy buscando. Apócrifa es escurridiza, casi nunca está cuando me siento a escribir, pero aparece cuando menos te lo esperas y has de retener su vocecilla en la mente. Ella me visita en el metro, en un bar, me habla al oído en medio de una conversación con alguien y hace toctoc en mi centro justo, en el momento menos oportuno. Y se ríe. Luego, se va.

 

Apócrifa es mía, pero no me pertenece; y no existiría sin mí, pero no me hace mucho caso. Ella es la más bonita y cambiante musa que alguien pueda tener.

Apócrifa es mía y esta mañana me ha abandonado, así que mis dedos inquietos sólo pueden escribir su nombre para ver si se apiada y vuelve.




Qué va ser de este amor que no sabe ser prudente y que se tira de puentes y traga fuego, que no entiende de miradas, que se arranca el pelo.

Qué va a ser de este amor, que es tan inmenso que no cabe en ninguna casa, explota en los bares, y salpica de rabia y furia las calles.

Qué va a ser de esta amor tan receptivo, que se resfría y enferma hasta en primavera y que muere los jueves y, cada viernes, vuelve a estar vivo.

Qué va a ser de este amor tan adorable y cruel que no comprendo, que se encrespa en los mares y puede llegar a arrastrarse en todos los cielos.

Qué va a ser de este amor que es de papel, pero se sabe entero de hormigón, que no sabe atarse los cordones y vuelve caer, firme y torpón.

Qué va a ser de este amor tan alto y enano, que come fruta de cualquier frutal pero se nutre de lodos de cualquier charco.

Qué va a ser de este amor que es tan mío y tan yo, tan caprichoso, tan miope, tan tarambana, que me deja cada noche hacerle el amor y me abandona cada mañana.

 

El(la) es ella.


El (la) mar abruma;

 es causa y se deja hacer.

Engendra y alimenta en sus hechuras diferentes especies.

Está en la poesía y, en ocasiones,

refiere naufragios.

Pero está...
 

Está en la tarde calmada

o

se vomita en olas,

cuando no se hace uno con el ardor de un relámpago.

 

 

La mar es la mujer.

 

Abate y es abatida.

Dibuja la contradicción,

siendo

la estampa de una bella superficie

sin dejar de ser la profundidad más rotunda.

 

El mar es agua.

La mar es agua.

 

Una mujer es agua,

que aprende a llorar un mar de lágrimas

o a lamer los pies del que la mira.

 

Soy mar que me mareo en mis aguas,

que amanezco amainada o revuelta,

emponzoñada de resacas que me baten

en duelo con todos los peces

que nadan en mis entrañas.

 

Soy la mar cuando, al caer la tarde,

mi cara impasible acomete la melancolía

y se enfada con la naturaleza perenne
 
de esta orilla.




Eras


Te veía cogerme la mano

Cada vez que la duda se posaba

Sobre mi adoctrinada cabeza

Con la mayor dulzura

Que he experimentado en mi vida.

Tu sonrisa amanecía,

Susurrándome al oído: “…confianza”

Tus vuelos eran largos

Si yo los requería a lo lejos,

Cortos, si me encontraba

Cabeceando en tu chaqueta.

Y nadie sabía cuánto,

Ni conocía el porqué,

Nadie conocía el dónde

De nuestros seis mandamientos.

Tú lo sabías

Y yo…

atesoraba

Insustituibles momentos.

Norias


Me sé y no concurro completa.

inconclusa, no sólo para ti.

Echo de menos, sobre todo, unas alas, un arrojo, acertarme más y tener más fe en mí.

Empero considero que, a pesar de mis inexactitudes, las suplo contigo procurando movimiento a otras norias, que ni menos serias ni menos entregadas.

Norias tuyas.

Norias para ti.

 

Conocer siempre en qué bolsillo guardo mi mano

Para que puedas asirla no es fútil.

No necesitar mirarme para saber que camino a tu lado,

No es calderilla.

Norias tuyas.

Norias para ti.

 

Sé que no soy lo que esperabas,

Te ha decepcionado mi devenir.

Si te faltó una entera, te entregué mi octava.

Digamos que fui, yo para ti.

 

Norias tuyas.

Norias que moví.

La noche


Vicioso tiempo temiendo a la noche, a que sus negruras escolten mis lunares, a que su frío inquiete mis núcleos.

 

Me quedo, conforme, con la imagen congelada de este acelerado ángelus. Bato las alas porque esta detestable situación se mantenga pero, por favor, que no anochezca. Sin embargo, tras la tensión, cuando acabo clavando mis uñas en las palmas de mis manos, cuando sangran de sobreesfuerzo, de detener lo imparable, el cansancio me devuelve la lucidez.

Y respiro.

 

¿Qué es mi temida noche? Alcanza ser el final o el estreno, cuántos animales muertos desaguaron en vida. Lo más peligroso de que el cielo se enlute es el desasosiego a que esto pase. El miedo repetido, su incesante martilleo.

 

Hoy cedo el paso a la noche vencedora. Y la celebro.

Me embriago recibiendo su puesta de largo, sus laureles. Soy con ella, la amo.

No quiero amanecer ni, mucho menos, paralizar este punto del oscurecer que hiede a muerte.