Me miro en el espejo y la luz atrapa mi coronilla. Soy piedra brillante y agarro todo el calor. Peso. Soy el peso que se coloca sobre un manto de hierba en el suelo. Ocupo un lugar, el lugar concreto que invade todos los centímetros que me conforman. Y tengo aprisionado, con su consentimiento, un insecto. Somos la melaza que se crea con mi arena y su baba; de mi estar y su esconderse.

Ahora soy el insecto y cuento con el placer de tener todas las necesidades cubiertas bajo esta piedra. Mi flexibilidad y su fijeza encajan a la perfección; sólo pienso abandonarte, calor mío, para romper el ayuno.

El sol está calentando mi vértice y recojo la vida desde allí hacia abajo y hacia adentro. Nunca centrifugo tanta vitalidad, me la quedo y la transformo en intenciones. Ahora no pienso hacer nada y tengo la intención de llevarlo a cabo.

El sol me acaricia, el sol me besa y mis ojos se humedecen de puro agradecimiento.

Tarde fiambre


Se cae la tarde y Madrid apenas puede sujetarla. Es así. Es una tarde de junio fea. Y es, por cierto, la tarde de junio.

Veo las ventanas alineadas como un ejército de madrigueras; unas de cortinas recogidas y aire melancólico, otras repeinadas de macetas; algunas otras, de profunda mirada negra, de cuenca de ojo vacío, de ausencia.

Dentro las gentes sobreviven y tratan de olvidar los desplantes de los propios y el brillo de los ajenos, disimulan frente al televisor la ilusión que han perdido, las ganas que estaban y ya no encuentran, el amor que vino a caballo a liberarlos de su tedio y que ahora anda lleno de pelusas debajo de la cama.

La tarde se cae y los coches bufan, acelerándose hacia un futuro que nunca llega y que se oculta tras los carteles de Coca-cola y la chica del gloss en los labios y el pelo inerte. Mentiras de oxígeno, mentiras que ahogan y disparan sobre el colmo del absurdo haciéndolo trizas.

Se desparrama la tarde, esta tarde de junio, amoratada y fiambre, dando sombra en las terrazas, en los parques, quitándole el sol a estas gentes que no lo necesitan para nada. A las comidas familiares tan de domingo y tan necias, tan escaparate.

Los niños son la luz y patinan e inventan otros escenarios; sus risas y murmullos escapan del fantasma que saben les observa desde el cielo, aún pueden y riman piel con vida y sangre con fuego.

La tarde se escurre. Tarde de gris cielo.