Eras


Te veía cogerme la mano

Cada vez que la duda se posaba

Sobre mi adoctrinada cabeza

Con la mayor dulzura

Que he experimentado en mi vida.

Tu sonrisa amanecía,

Susurrándome al oído: “…confianza”

Tus vuelos eran largos

Si yo los requería a lo lejos,

Cortos, si me encontraba

Cabeceando en tu chaqueta.

Y nadie sabía cuánto,

Ni conocía el porqué,

Nadie conocía el dónde

De nuestros seis mandamientos.

Tú lo sabías

Y yo…

atesoraba

Insustituibles momentos.

Norias


Me sé y no concurro completa.

inconclusa, no sólo para ti.

Echo de menos, sobre todo, unas alas, un arrojo, acertarme más y tener más fe en mí.

Empero considero que, a pesar de mis inexactitudes, las suplo contigo procurando movimiento a otras norias, que ni menos serias ni menos entregadas.

Norias tuyas.

Norias para ti.

 

Conocer siempre en qué bolsillo guardo mi mano

Para que puedas asirla no es fútil.

No necesitar mirarme para saber que camino a tu lado,

No es calderilla.

Norias tuyas.

Norias para ti.

 

Sé que no soy lo que esperabas,

Te ha decepcionado mi devenir.

Si te faltó una entera, te entregué mi octava.

Digamos que fui, yo para ti.

 

Norias tuyas.

Norias que moví.

La noche


Vicioso tiempo temiendo a la noche, a que sus negruras escolten mis lunares, a que su frío inquiete mis núcleos.

 

Me quedo, conforme, con la imagen congelada de este acelerado ángelus. Bato las alas porque esta detestable situación se mantenga pero, por favor, que no anochezca. Sin embargo, tras la tensión, cuando acabo clavando mis uñas en las palmas de mis manos, cuando sangran de sobreesfuerzo, de detener lo imparable, el cansancio me devuelve la lucidez.

Y respiro.

 

¿Qué es mi temida noche? Alcanza ser el final o el estreno, cuántos animales muertos desaguaron en vida. Lo más peligroso de que el cielo se enlute es el desasosiego a que esto pase. El miedo repetido, su incesante martilleo.

 

Hoy cedo el paso a la noche vencedora. Y la celebro.

Me embriago recibiendo su puesta de largo, sus laureles. Soy con ella, la amo.

No quiero amanecer ni, mucho menos, paralizar este punto del oscurecer que hiede a muerte.