Desde el púlpito de mis letras
trazo el auditorio,
el oyente suspirado y cabal,
los ojos leedores que
arrullan.
Adquiero la concordia,
gano el clímax.
Con el contenido de mis imperceptibles lágrimas
escasamente bosquejadas
en papel,
desbordo los ríos,
colmo todas las copas,
doy de beber al
sediento.
A ti, que no escuchas,
averíguame.
Conquista estos mendrugos
de fábula
y cósete un abrigo,
un abrigo largo para el invierno
que ineptamente renuncias
a sentir.