Me miro en el espejo y la luz atrapa mi coronilla. Soy piedra brillante y agarro todo el calor. Peso. Soy el peso que se coloca sobre un manto de hierba en el suelo. Ocupo un lugar, el lugar concreto que invade todos los centímetros que me conforman. Y tengo aprisionado, con su consentimiento, un insecto. Somos la melaza que se crea con mi arena y su baba; de mi estar y su esconderse.

Ahora soy el insecto y cuento con el placer de tener todas las necesidades cubiertas bajo esta piedra. Mi flexibilidad y su fijeza encajan a la perfección; sólo pienso abandonarte, calor mío, para romper el ayuno.

El sol está calentando mi vértice y recojo la vida desde allí hacia abajo y hacia adentro. Nunca centrifugo tanta vitalidad, me la quedo y la transformo en intenciones. Ahora no pienso hacer nada y tengo la intención de llevarlo a cabo.

El sol me acaricia, el sol me besa y mis ojos se humedecen de puro agradecimiento.