Paredes blandas





Inquirirle al folio como si fuera un oráculo desnudo que espera a que le pase mis dedos por el lomo para hacerle sentimental y locuaz para conmigo, ansiar el relato que, luego, llega vacío, narrarlo con ausencias e irresoluciones. Bañar su inmaculada piel de ansiedades y hacer antesala ante sus gritos, trémulos y sin concesiones. Capitanear frases que vienen a morirse al final de la hoja, a ser composición incompleta, cuadro abocetado, tesoro soterrado entre ungüento de hojas secas.

Consentir que los pensamientos se desmigajen en fábulas mutiladas, en cuentos inconclusos, en evocación masticada demasiadas veces.

Al final la verdad tampoco importa. La verdad es lo que sé. Y lo que sé es bien poco.

Agitar la cáscara de nuez, hueca, huera, vacía de fruto; sin opción a la semilla. En verdad la simiente puede ser la raíz o, tan sólo, el fuego fatuo de lo que se ha muerto mil veces para mudarse en otra cosa, para desaguar se en mis dedos.

Colocarse ante la plana y hacer las cuentas, deberse al quehacer, a la tarea y renunciar, con consciencia a lo esencial. Dejar que enmudezca la falta.

Ir al encuentro del día en que ha de amanecer la respuesta pendida de tus labios, temblorosa y encantada de encontrarse conmigo.

Liberar al folio. No llenar de muerte la hoja. Rescatar la plana y hacer, por fin, lo apropiado.