Visión II

 
Para escribir hay que entrar en trance. Para decir adiós hay que entrar en trance. Para vivir hay que permanecer en ese estado alterado de conciencia.
 
 
Que nada me llueva lo suficiente, eso pido. Y que para aprender me baste esta intuición mía que brota al inicio de cada cosa, que huelo antes de que hierva, que escucho antes de que suene, que soñé antes de comenzar a vivirla esta mañana. No quiero llegar a la moraleja, cuando la moraleja empieza a escupirse ya duele; y yo tengo la inteligencia alerta y aprendo, a base de pálpitos, a alejarme de la quema.
Hágase la luz, dije. Y fui bendecida con una lucidez temible y, desde ahí, vi hundirse barcos antes de que zarparan, imaginé a Saturno devorando a sus hijos antes de haberlos fecundado. Vi a gente que se marchaba porque tenía cara de ayer, cuando aún no habíamos sido presentados.


Comprendo, dije. Y aprendía la lección para siempre.
 
 
Caudal,
Caudal poderoso que mojas todo lo que lames,
Caudal culpable de la vida
Caudal de mis lágrimas.
Caudal definitivo y definitorio,
Río dichoso y enojado.
Vida:
Te escucho.
 
 
 
Bach, Richard: "Lo que la oruga interpreta como el fin del mundo es lo que el maestro denomina mariposa"
"Yo no, pero la ciudad enseña." (Sócrates)
 
 
 
 
 
Pintura:
Michael Carini "Beautiful Accidents".
 
 
 
 





Visión I


Vengo a derramarme sobre la hoja, a fornicar con el verbo, a hacerme inercia de mi propia desesperanza. A cargar de tinta todos los fusiles, a dar la palabra a todas las gargantas; a atravesar la tuya con la lanza de mi reproche.

A odiarte.

Vengo a derramarme sobre la hoja, a abotonar tu abrigo para el invierno que lamerá cada rincón de esta noche. A resguardar tus silencios, a darle la razón a todas tus calladas, a no ser ya más que este mutismo fecundo.

A bendecirte.

 

Tal vez el adiós sea el poema más bello, el final de la historia más penetrante, lo más lúcido en este cuento. Qué alcance el de esa valla, que puerta tan hermosa, al fin y al cabo. Cuánta flor deshojada en una guerra sangrienta, tan definitiva y tan justa.

Tan necesaria.

Tanta firmeza en el irse. La única verdad de todo esto: el marcharse.

Bello remedio.

Si es que existe alguna medicina paliativa, sólo cabe derramarse sobre la hoja.

 

 

Las heridas se curan. Los puntos saltan.

Mi miedo voló por los aires al espantarlo papá,

Al sonreírle mamá.

El otoño ha sido rojo sangre,

Más en mis sueños que en la piel.

Mi herida se cura.

La cura mi saliva.

Las palabras de papá,

La sabia certeza de mamá.

La fibrina me llama ser vivo.

Coagulo.

Sano.

Genero tejidos blandos.

Acepto.

Cicatrizo.

Mejoro.

Amo.

 

 

¿Quién va a venir a recogerme el vientre? ¿Quién? Te estoy llamando. Es domingo y no llegas. Te hablo de mis ausencias y te enseño esa cicatriz enorme.  ¿Tú vas a recogerme el vientre? ¿Quién eres? Sólo necesito tu nombre para conjurarlo, las palabras son milagro, pero me falta una. Tu nombre. Dame un par de vocales y yo te llamaré cada madrugada.

Te estoy llamando. No llegas.


 

 

Azul


El azul siempre me ha perseguido. Olía el azul cuando aún no sabía pronunciarlo porque me sabía azul la tetina de mi biberón de vaso ancho. Eran azules mis temores de pequeña, esos que me hacían recorrer un pasillo largo y de goma, pidiendo por azul, que mis padres no me hubieran abandonado.

No sabía pintar sin azul con las ceras. Probé el azul mordiendo esas pinturas de guerra.

Morí azul decepcionada.

Fue azul mi primer amor, era tan azul que ambos convenimos que no podía ser de otro color y, junto al mar, me trenzaron el pelo con hilo azul.

Morí azul enamorada.

Mi pelo fue azul algunos años, mirado al trasluz en ángulo muerto. Bello azul. Azul terciopelo.

También tuve los dos ojos azules, a destiempo, pero azules. Azul por qué. Azul desvelo.

Azul palpitante, azul cadáver, azul en la llama de fuego. Azul helado.

Pienso en azul porque no hay remedio.
Y cuando fui feliz, fui azul.
Y cuando me mató la pena, era azul el cielo.
 
 

 

Nadie necesita superar nada. Los fracasos no se superan, se deben coleccionar, ordenar, quitarles el polvo. Amo a mis fracasos. Son los hijos más libres que he parido.

Acabo de leer un poema que me ha hecho llorar, aunque aún no he llegado a entenderlo. Una damita diminutamente enorme cantaba a la vida, se lavaba las manos porque su fracaso había volado, había decidido independizarse de su dolor, del olor de sus errores, de su angustia. Lo buscaba y no estaba. Lo celebraba. Pero, entre sus letras, la sangre se derramaba, llorando a ese fracaso, llamándole a gritos. Pobre damita. Cuánto le echa de  menos. Tan dolida de que ya no le duela.

¿Qué somos sin las derrotas? Enormes gilipollas muy seguros de nosotros mismos, pequeños dictadores, predicadores de baratillo. Enfermos mentales. Seres fríos y enfadados con la calmachicha.

Le pido a la vida que nunca me olvide de todas las veces que perdí. Al fin y al cabo, mi historia es esta guerra y todas sus batallas. Estas heridas, y todos estos modos de recuperación. Viva el sol entre las nubes y, para eso, quiero nubes.

Las semillas también aman


A F. R. V y a L. T. D

(A vosotros, que me disteis la vida.)

 

Amadísimos padres:

Hoy ya no se escriben cartas y aún menos cartas de amor. Pero sí, esta es una carta de amor; con todos los ingredientes que el amor conlleva: gratitud, admiración, empatía, devoción, confianza.

La vida va proveyendo de sabiduría y clarividencia; por eso, cada año que cumplo, cada fracaso que sufro, cada batalla que gano, me acerca aún más a vosotros. Si alguna vez os reproché algo o erróneamente me atreví a juzgaros, sólo puedo pedir humildemente disculpas y daros eternamente las gracias; ojalá me acompañéis el máximo tramo de mi camino para guiarme, corregirme, enmendarme, increparme, enseñarme y hablarme así como lo hacéis, llenos de amor, cuando yo pierdo la calma.

 Para quererme. Para querernos.  

Sois valientes, luchadores, abnegados, protectores. Siempre habéis dado todo por mí, si alguna vez se me vino abajo la vida. Vuestra presencia  en mi vida es el calmo y bello beso de buenas noches.

 Amadísimos padres,

       Os quiere vuestra pequeña.

 

Cada día me doy más cuenta de lo importantes que sois para mí.
Paradójicamente, aunque sea una anciana, para vosotros seguiré siendo la niña que llega a casa llorando porque se ha caído. Y yo seguiré yendo a veros para que me sopléis las heridas y me digáis que ya pasó, que eso no es nada.
(23 junio, 2014)               
 
 
 
 
 
                        
 

 

Noviembre siempre fue pájaro devorado por el maíz


No importa si las palabras rebotan y se te vuelven contra la boca, como a veces pasa cuando hablas demasiado, aunque nunca se habla demasiado,  sólo se puede pecar de hablar demasiado a alguien. Tampoco importa si esta tarde escribía a los márgenes para tratar de explicarme a mí misma la lengua romance, o esa anonimia que acabó metiéndose dentro de mí y me hacía extranjera en medio de esas mesas. Lleno mi cabeza de literatura, y mi estómago está cada vez más vacío, y qué importa. No es importante que los relojes sobrevuelen mi pelo, aunque los haya encerrado con cuatro vueltas de llave, ni que hoy me haya despertado y yo no estuviera; que haya descubierto que me marché esta madrugada. No importa. Importa que sé que tengo la capacidad de amar y por eso sé que estoy viva y que en verano no sentía tanto frío. Importa que sabes que la vida debe ser apasionante, cuando como una autómata te sientas a esperarla entre las letras.

LA LUZ NUNCA TE ABANDONA


La luz nunca te abandona.

A veces se esconde y crees estar a oscuras

Y tienes la casi certeza de estar ciego.

Pero la luz nunca te abandona

Es que a veces juega contigo para que salgas

A buscarla

Y mires en esos otros sitios que no sabes que existen.

Ten fe en la luz porque nunca te abandona,

Ella sabe más de ti, que tú de ella.

Sólo piensa en la luz, aunque no sea en la tuya,

Gírate esperándola porque detrás está ella,

Te mirará a los ojos  y te susurrará

Siempre he estado contigo.

 

 

A la hora del ángelus


Vine a astillarme contra mi credo

en la suficiencia de la norma y su desatino,

en capítulos patéticos  del deber contra el ser,

en la nocturnidad y alevosía de comer poco

y mal.

 

Para que no estallase mi templo,

para creer tener la seguridad enferma y mentirosa

del estar y el comprender,

del para siempre, perdiéndome el ahora

y el conmigo.

 

Me senté de rodillas en altares carcomidos,

mis manos dispuestas para el rezo,

sin estado de gracia y en liturgias

que llenaban de moho y de larvas mi pan

y mi fe.

 

Reniego de los pilares sobre los que un día

asenté la religión a la que no pertenezco,

ya que bastaron dos salves y un yo confieso

para que a la hora del ángelus ya fuera una mujer conversa

e impía.

 

Índigo

Antaño, cuando yo era niña
y mis sístoles diastoleaban por ti,
me dejaste huérfana y afanada
en levantar mis rodillas del suelo.

Recuerdo que yo era rubia entonces
y tu voz arroyo que me arrullaba.

Algo te causé, me dices, sombrío,
algún pájaro mio negro debió merendarse
tus blancas palomas.
Me designaste cuervo.
Y azul.
Me nombraste destierro.

Como castigo tomaste mi mano
y me dejaste, menguante,
en las vías del tren.
Así me atropellaron, así fui
azul gris marengo.

Pero es que yo te perdoné la falta,
Índigo azulenco.

Mas cómo perdonarte, amor añil,
que cada jueves que caiga en medio,
me tomes azul gris marengo de nuevo
de la mano,
cazada por ser hoy pájaro bruno
y vuelvas a tumbarme en las vías
para que vuelen tus buitres sobre
mi pena azul cielo.


El mejor poema de amor

éramos tú y yo. Endecasílabos.

lamiéndonos en cuaderna vía.

Rimándonos la piel con la pena,

asonantes hasta que volviese el día.

 

Demasiado ruido. Tejo mi red, hago salitas de verbos participantes. Ruido. Obvio el ruido, libo sangre en el ponto rojo como el vino, levanto pleamar, expongo mi cara a la brisa, a los vapores. Pero ruido. Pasan los calores y llega el frío. Toc, toc. ¡Vida! Me aprieto contra el latido y le atiendo. Es ruido.

Vuelvo a vosotras, palabras. Dejo de tejer. Pasa todo. Todo pose. Escribo mil veces la palabra ruido. Leo ruido.

Para sonar no basta con ser valiente. No importa el enunciado. No es suficiente el rebate. Ni el laurel. Ni entender el atajo. No sé de qué depende. En estos meses. En estos tiempos. Sobra el ruido.

 

Quién dictó las normas,

quién abrió fuego contra lo que fuimos.

Ese mar, tu voz y mi pánico.

Aquella luna apresada entre mi pelo

y tus sílabas.

Quién escribió nuestra historia,

qué imparable tormenta mojó nuestros papeles.

Y corrió la tinta

y avivó tu irá

y aplacó mi pánico.

Por qué será que ni siquiera soy ya capaz

de mantener esa tristeza inmensa

en la que yo me alimentaba cada día.

Ya no hay ni supervivientes

 ni muertos

en este naufragio tan mío.





"Cuelgo un cuadro en la pared. Enseguida me olvido de que allí hay una pared."


Llevo tanto tiempo aquí esperando, tratando de no olvidar que estaba esperando algo, que no recuerdo qué o a quién espero.

A veces un mordisco sana, moviliza la sangre, te derrama la vida. Un accidente te hace comprender que te dueles y descubres tu lugar exacto en el mundo; lo que te hirió, te cura. De pronto entiendes que de olvido es de lo que están compuestas las vidas. Tan frescas y tan palpitantes, las vidas, sí. Y no son más que olvidos atesorados desde el llanto del primer día hasta la baba del último. Olvidar, olvidar, para seguir viviendo. Olvidar para matar. Olvidar para negar que un día nació lo que no has conseguido resucitar o aquello que se te murió entre los brazos.

Olvidar para recordar que sigues vivo.

Danza n° 2. Septiembre de 2014

El contraste. Lo dulce con lo salado. La tortilla convertida en revuelto. La deconstrucción del sentido para buscar el mismo. El amor en los tiempos del ébola.

Desmitificar al dolor. La fragilidad de lo profundo. Aquella frivolidad tan transcendente.








Grupo 1. Junio 2014

Simpatizar con el antihéroe, comprenderle, entender sus bajas pasiones, sus debilidades, identificarse con su olor a fracaso, con sus babas, es fácil. Quererle incluso, es fácil. Elegirle en vez de al héroe de la historia, es fácil.
Más fácil aún es detectar al héroe, que apenas se esboza la historia ya se sabe quién es porque suele nacer bajo determinadas señales, suele abandonar prematuramente, o de un modo forzoso, el hogar; luego, por ejemplo, huye y conoce a su mentor. Más tarde, se dedica a su guerra y, tal vez algún día, vuelve a casa.

 El antihéroe se tropieza. O le roban a su chica. O cae en un montón de estiércol. O muere.

Héroe/ antihéroe. Es fácil. Me vais a permitir esta simplificación de las cosas.

Mi problema comenzó hace algún tiempo cuando me puse a analizar a mis heroínas -de la literatura, por ejemplo- y descubrí que ellas son un híbrido entre el héroe y el antihéroe. Y siempre es así. Y, si alguna hubiera que no contase con ese mestizaje, no tengo la menor duda de que  seria heroína en tanto en cuanto se ajustase como un guante a los encantos femeninos previstos. O nacidas para el amor carnal o para el amor maternal y marital.
Pido de antemano que esto no se interprete en absoluto como una paranoia feminista, dado que sólo es un análisis -feminista, sí. Pero porque lo lleva a cabo una fémina- de lo que es la heroína en la literatura.
Es decir, ellos blanden grandes armas, realizan viajes por tierras extrañas, capitanean barcos, matan gigantes. Suelen ser aventuras hacia afuera, hacia lo desconocido, lo por colonizar, en busca de los otros seres. Pero a mí, como buena obsesiva que soy, me preocupan ellas. Mis heroínas, las heroínas de muchos y sus aventuras, que siempre fueron aventuras interiores; llevadas a cabo en el condado, o en la casa, o en los jardines, o en ocultas relaciones epistolares. Mujeres adúlteras y trágicas que emergen a lo largo del siglo XIX; damas jóvenes, sensibles o torturadas -algunas incluso refinadas y casadas con un caballero de buena posición- (digamos que, hasta aquí, todo iba según lo previsto), pero todas ellas acabaron al fin lanzándose al abismo del incesto, del adulterio, amando a malditos. Pagándolo, al fin, con el suicido, o el asesinato personal o social llevado a cabo por el juicio propio o ajeno.

Al final fracasan, se tropiezan. O pierden a su amor. O caen en un montón de estiércol. O mueren.

La heroicidad, no me cabe duda, está ya implícita en saltarse los cánones y arrancarse las encorsetadas normas que para ellas tenían previstas. Siendo justos, ellas también nacen bajo determinadas señales (tal vez, cierto inconformismo desde la infancia), son arrancadas a la fuerza de su lugar, han de escapar o esconderse, luchan su guerra y, o bien son redimidas, o bien mueren.

Muchas de estas heroínas brotaron de plumas femeninas que venían gritando sobre el papel; otras, de grandes hombres que fantaseaban con otro tipo de mujer. A fin de cuentas, nadie catalogaría de antiheroína a Madame Bovary, a Anna Karenina, a la Ana Ozores de La Regenta o a la Catherine de Heathcliff. De eso no tengo duda.

Septiembre del 2014


Cuando era pequeña, entre cumpleaños y cumpleaños, pasaba toda una vida. Cuando llegaba mi día, guiñaba los ojos para tratar de recordar quién era yo el año anterior. Y me burlaba de aquella niña tan pequeña: descubría que sabía más palabras del diccionario, utilizaba nuevas expresiones rimbombantes, me hacía cargo de los nuevos problemas, sabía que ahora lo mío eran las manoletinas, y no los zapatos Merceditas. Me sentía satisfecha y me encontraba doce meses más interesante. Abría los regalos con ansiedad. Pedía muñecas barriguitas y creía tener la certeza de que por muchas décadas que pasaran nunca habría nada más importante que “jugar a las clases” con mis muñecas. La vida era un juego.

Cuando pasé a la adolescencia, los cumpleaños se hacían de rogar; juntaba dinero para comprar muchos minis y mezclar brebajes indigestos. Descubría que mis piernas se habían estilizado, que yo decidía cuándo y cómo cortarme el pelo, que le gustaba a los chicos cada año un poco más. Que las letras de mis canciones me ponían los pelos de punta, que sólo me reunía con los que me parecían “más especiales”. Que volaba con la mente, que papá ya no podía saber todo lo que yo pensaba, que la vida estaba llena de cosas buenas, que tenía mucho que descubrir. Que me gustaban los besos. Que me agradaba fumar cigarrillos mientras pensaba, que el mar me hacía feliz. Que mis dramas eran enormes. Y que el mundo bailaba alrededor de mí. Pedía libros y discos. Buscaba mis espacios y mis maneras. Me hice ostra. Me cerré mucho. Me abrí, por otro lado, demasiado. Exploté en un brote de extroversión. Amé y odié con “verdaderas razones.” Tuve mi primera crisis existencial.  La vida era pasarlo bien y llorar hasta caer dormida.

Llegaron los felices veinte y, entonces, los cumpleaños llegaban puntuales cada cinco de septiembre. Creí tener la certeza de que era dueña de mi vida. Leía sin cesar. Conocí gente interesante. Llené mi tiempo libre de conversaciones, de lugares. Descubrí qué clase de personas y qué clase de cosas me gustaban. Me contaminé de sociología y literatura. Me hice crítica. Viajé. Soñé.  Me dediqué a escribir. Me embebí en la poesía. Me enfermé. Mucho. Para siempre. Descubrí que los que quieres te pueden romper en dos. Supe que todo era más complicado de lo que parecía. Entendí la amistad. Me enamoré por primera vez. Fui feliz en dosis descomunales y me rompieron el corazón. Tuve mi primera crisis sentimental. La vida era amor y dolor.

 

Ahora, en la treintena, que cumples cada cuarto de hora. Que ya no pides ni barriguitas ni libros ni discos, ni siquiera antologías poéticas. Que pides deseos “serios” cuando soplas la única vela que has optado por colocar en tu tarta. Ahora que no tienes nada claro qué quieres y, en tu memoria, se mezcla el cumpleaños del año pasado con el del anterior sin poder distinguirlos. Ahora que me enfado porque un vocablo nuevo perturba mi suficiencia. Que siento algo que se hace muy grande en el pecho cuando veo a las niñas jugar a las muñecas, que sé que lo mío son los tacones y no son las manoletinas. Que sabes qué copa es la que siempre eliges. Ahora que tú eres la que comprendes todo lo que piensa papá. Ahora que sigo fumando y no puedo dejarlo, que sigo siendo ostra y sociabilidad, según el brote. Que necesito la poesía, que todo es literatura. Que me enamoré por segunda vez, que fui muy feliz y desgraciada. Que asumo que no sé nada del amor. Que van a seguir rompiéndome una y otra vez el corazón. Que sigo enferma. Mucho. Para siempre. Que la intensidad te tiene en la cuerda floja. Que la cuerda floja es tu hábitat. Que la vida no era lo que pensabas, pero que es algo mucho mejor. O simplemente otra cosa. Que convives con tu crisis existencial. Y con la sentimental. Y con todo tipo de crisis. Hoy, que celebras tu cinco de septiembre, y que eres de todo menos  adulta, mientras bebes sangría blanca con tus amigas. Y sonríes. Y piensas que la vida es jugar -aunque hay que tener una estrategia-, y que la vida no es pasarlo bien, porque eso es muy frívolo. Que la vida es ser feliz entre todo este dolor.  Y que esta literatura tampoco puede hacerte llorar hasta caer dormida. Que mañana será cinco de septiembre.


 

 

Ssí, esss

Tenía al poeta en la punta de la lengua,
al narcisso sseducido con palabrass
a la cordura contagida por el viruss máss necio.
A la locura enganchada a la cintura;
al delirio de alcohol ssobre ssu almohada.
Era bássico y, de ssobrio, tenía ssólo loss
desseoss;
dobless lass essess,
tripless loss cuentoss.

Ni tus dimes ni mis diretes

Se te olvidan las tildes
y se te olvida la coma del vocativo que me corresponde.
Y yo hago virguerías con las tijeras
de costurera de mi madre contra
los verbos pasados, caducos.
Los coso, así, con pedazos de lozanía,
recorto esto de aquí y zurzo aquello de allá.
Sonrío.

Ahora sí,
ahora leo lo que quiero.
Ahora leo lo que sueño.
E incluso tengo el descaro de una respuesta hilarante
y este soliloquio presumido,
acerca de si este amor es así
o es asao,
y que qué tonterías dices.
¡Me opongo!

Después da igual la respuesta,
también daría igual que no la hubiera
porque en mi pecho todo este montón de nada
sigue siendo lo nuestro.
 

Azul tirando a rojo

De todas mis faltas sólo hay una
que no me atrevo a perdonarme:
haberme entretenido en embalsamarte
siendo proscrita.

Amor niño, qué niño eres

Cuánta quimera líquida dentro de una botella,
cuánta verdad llena de pelusas,
cuánta catástrofe enana dispuesta
sobre el embozo de nuestras sábanas.
El edén tallado en arena y agua,
la esperanza atrapada dentro de un globo,
el amor recortado en goma eva.
Un arlequín sobre mi pelo,
un lanza cuchillos sobre tus labios.

Esta increíble belleza ciclópea
enferma de raquitismo.

Soy tan rica, señor, tan repleta,
por ser el deseo negación en sí mismo.
Alegre voy desnudándome siempre,
esquiva ante sueños cumplidos
para que la felicidad de lograrlos un día
sea mi fin imposible y divino.
Todo era lo mismo
pedirte lo que yo sí ofrezco.
Lo mismo en pequeñito,
en susurro.
Como la gota de agua es idéntica al océano.
Dime esto,
sólo esto que yo te digo que me digas
porque necesito
que me necesites.
Eso justo.

Tan sólo es mendigar,
asequible como el niño
de cinco años que levanta la cabeza,
mira al adulto
y sabe que está en sus manos.

Este eco sólo repite un sonido
que rebota.
Y yo que reboto desde mi hígado,
desde mis entrañas
y choco contra tu ausencia,
contra tu nuca.

Todo era lo mismo,
el abrazo era lo mismo que la queja.
Todo igual,
repetido.
Era mi pena y tu ausencia.
Todo lo mismo,
como la gota de agua es idéntica
al océano.

Te miraba tímida pero te citaba

de pie y más soberbia que  nunca

 te rogaba de rodillas.

Te di la espalda

te confundí hablándote en plata

te

tarareaba no me seas tan niño

tan

 imberbe en ese pozo de tu miedo.

Pero tú

 no te lo aprendes

y yo

 no te lo digo.

 

Hoy he paseado la calle de tu árbol

y me he sentado a fumar en aquella escalera

he leído un poema

se me ha caído tu nombre

he mirado al sol y luego

me he hecho pequeñita

bajando la cuesta.

 

 
No
No
No

NO.

Hay muchos modos de negar al poder.

Es mi resistencia ante el abuso
esta espada
que sujeta mi mano derecha.

Y mis dragones
todos estos ismos.

He emigrado

(La palabra es lo único que explica)


He emigrado.


He abandonado mi obra
porque vino suplicándome orfandad
y yo
le doy la oquedad de lo que cree que es ventana

Y mi disimulo
y mi ausencia
con todos los peros
manchada de sin embargos.

Pero me he ido

para que entienda cuán mía es
cuánto le he entregado
cuánto me ha parido
Cuán madre suya soy

O tal vez
cuánto me necesita porque la demando
o tan sólo
cuánto la abandono
porque se ha marchado.


"Barquito de papel,
sin nombre, sin patrón
y sin bandera,
navegando sin timón
donde la corriente quiera.

Aventurero audaz,
jinete de papel
cuadriculado,
que mi mano sin pasado
sentó a lomos de un canal."


(Joan Manuel Serrat)








Qué habríamos formado, amor, si en vez de ruido

Hubiéramos vivido seriamente  la paz mansa

Y nos hubiéramos encontrado en el camino

Para  una vida eterna en nuestra  cama.

Seríamos, tal vez, no este poemario

Pero sí una novela de costumbre

Y un amor que, en vez de cera,

Rodase así como las piedras.

Un amor que no se rompa

 Como un barquito de

Papel de esos que

Siempre flotan

Dócilmente

Por mil

Aguas

.
 
 
 

Yo era azul

Yo era azul y lloraba
¿Te acuerdas?
Mirando a una pared
Te esperaba.
Y el tiempo, puñales
Y la casa, menguante
Y el aire era sólido
Y yo azul
Y triste
Y pálida
Y los ojos en la métrica
Para no verme
En los diptongos
En la parábola.
Cerrados hacia afuera
Abiertos hacia el vientre.

Y fue el primero
Y el que muta
Y el que es primavera.
Y el que se llueve
Y el de la flores
Y el de las hogueras

Y se cerró esa puerta.

Yo era azul
Y tú no estabas

¿Lo recuerdas?

La fe es de ese color naranja brillante


Como dice aquel, lo cierto es irse

Nada artificioso supo jamás

Encontrarse dentro del cerco

Más puro que es lo

Salvaje.

No quise nunca la docilidad

Nuestra

Ni la domesticación

Ni siquiera el acierto obligado de

Construir nuestra casa.

Éramos ya casa tú y yo

Caminando un rumbo igual

Encuadrados dentro del mismo paisaje.

La lluvia, el mar, la fe

No son quietos

Se van

Vienen

Conquistan y luego

Se esfuman para que los corones

Allí

Justo en la imagen del recuerdo

Allí

En la instantánea brillante

En la que estaban.

Nadie duda de que la

Lluvia volverá,

Porque amainó.

De que las olas ya están

Volviendo

Y de que la fe

Guarda su grandeza en esa

Posibilidad perfecta

De perderla.



 
Porque todas las cosas son la misma
Aprendo a leerle los labios a la tarde
Para entenderte.

En la bruma que besa este parque
Está tu tristeza
Y en la fauna que bebe de su fuentes
Todo tu fuego.

 Te amo igual que amo a este parque
 En el que nunca encuentro la salida.
Tampoco a ti te comprendo.





Desde antes de

Me duele esta idea de escribirlo
desde antes
de sentarme a darle forma,
desde antes
de la intención
del esbozo.

¿Fui para ti simplemente
 ese segundo intento
 de dibujar
lo que ya habías
coloreado antes?

¿Fui esa perenne idea
 de tu mente triste
de tratar de nuevo,
de reintentarlo?

La respuesta es sí;
los movimientos, idénticos.

Por eso sé que yo
ya te dolía
desde antes
de sentarte conmigo
en el parque.
Desde antes
del sentimiento,
del comienzo.

Yo era otra vez.
Yo no fui nada más que
el error
de tu ensayo-error
de siempre.


 (¿Y qué pasará cuando yo me muera? ¿Tampoco habrá de importarte? Una vez tosías raro y pensé cosas.)

Hoy me ha impactado una muerte. Mucho. Aunque la muerte siempre consterna, ésta me ha envuelto con su aliento fétido y me sugiere que corra a decir cuánto quiero a los que quiero.

Hoy tengo fiebre. Y todo es onírico, de un aspecto metálico y hay un silencio como de resaca, como de ciudad bombardeada ayer. Y se magnifica la muerte.

La muerte es un misterio. Un completo misterio.

 ¿Te dije que te quería las suficientes veces? ¿Lo repetí lo bastante? ¿Qué me dices?

Te quiero.

Sábelo antes de que me muera.


"Me volví otro. Traté de releer los clásicos que me orientaron en la adolescencia, y no pude con ellos. Me sumergí en las letras románticas que repudié cuando mi madre quiso imponérmelas con mano dura, y por ellas tomé conciencia de que la fuerza invencible que ha impulsado al mundo no son los amores felices sino los contrariados. Cuando mis gustos en música hicieron crisis me descubrí atrasado y viejo, y abrí mi corazón a las delicias del azar.

Me pregunto cómo pude sucumbir en este vértigo perpetuo que yo mismo provocaba y temía. Flotaba entre nubes erráticas y hablaba conmigo mismo ante el espejo con la vana ilusión de averiguar quién soy. Era tal mi desvarío, que en una manifestación estudiantil con piedras y botellas, tuve que sacar fuerzas de flaqueza para no ponerme al frente con un letrero que consagrara mi verdad: Estoy loco de amor…”

 (Memoria de mis putas tristes. Gabriel García Márquez)




Estoy en un claro proceso de transmutación

Me vuelo como las hojas de un parque

Voy ligera, obvio el ruido

Intuyo como respiran los muebles

Sé lo que provoco a mi espalda

Y sé lo que aquello que apenas vislumbro

Me provoca.

Muto

¿Pero hacia dónde?

Las escaleras resultan caminos

Todo esto forma parte de un plan

Me dejo hacer

Me libero de ese miedo de antes.

Varío

¿Pero cómo?

Roto como rota la tierra

Y me embadurno de todo

Consiento la mácula sin apenas una queja.

Dejo de pensar y salgo al frío

Y lo contemplo

Y lo entiendo.

Me abrigo con su violencia porque sé

Que llega.

¿Pero qué llega?

Mis manos ágiles no hacen preguntas

Crean

Arden

Hablan en gestos, livianas

Y yo simplemente

Contemplo consternada tanta

Elocuencia.

Estoy expectante, me temo que llego

¿Pero quién llega?

Deconstruir las ruinas


Algún día al abrir una puerta escucharás mi risa

Y querrás mudarte de casa.

O, tal vez yo, una noche

Cuando me vaya a dormir pueda oírte

Respirar

Y, entonces, me vuelva una insomne crónica.

Un verano desenterrarás mi caja de lamentos

Y te llegará mi brisa más que la brisa

Del mar que tienes enfrente.

Y esa misma tarde yo,

Mientras ordeno papeles

Tal vez

Encuentre tus faltas de ortografía

Y no pueda

Volver a firmar un poema.

En mi bolso pesa mucho

Una canción en arameo.

Es tuya

Y no deja de ser mía.

Y en tu frente hay un jardín

Seco y marchito

De mis verdes y no eres

capaz de

Sacarlo de ninguna de tus ventanas.

Porque hubo una vez que

Tú y yo

 tuvimos un huerto

Y conseguimos

Que nunca más diera frutos.

Y así

Firmamos un contrato de por muerte

Que habita todas las esquinas.

 

Lo que tú digas :)


Eres letalmente bonita, palabra.

Cualquiera que seas si los ojos cierro

Y trazas en mis labios ese semicírculo

De herradura de plata que mira hacia el cielo.

 
"Escribir pese a todo, pese a la desesperación"   Marguerite Duras.

"Escribir es la manera más profunda de leer la vida"   Francisco Umbral.

"Las palabras constituyen la droga más potente que ha inventado la humanidad"  Rudyard Kipling.

("Si un escritor se enamora de ti, nunca morirás")



Ella siempre quiso ir a Berlín. Una vez hubo conocido la ciudad, empezó a fantasear con alguna coordenada imposible para poder ser feliz por ser incompleta, del mismo modo que nunca se compró una boina verde botella porque era el color ideal para una boina y, por tanto, no debía existir entre sus manos, si quería seguir siendo la dueña de ese fútil ensueño.

Siempre quiso concebir hijos, numerosos hijos que fueran su orgullo y llenaran su vida de ruido; su vida tan acostumbrada al silencio. Pero su vientre nació seco como el barro, incapaz de hacer brotar ninguna vida. Al principio le echó la culpa a sus amantes; más tarde, a alguna clase de divinidad enfadada: de pequeña se había tocado con su primo, primero curioseando, después, varias veces y sin arrepentimiento. La culpa sólo emergía tras los espasmos del clímax para olvidarla después y repetir tantas veces como la naturaleza se lo permitió, hasta que la pubertad resultó descarada y el pudor puso punto y final a esa práctica.

 Colmó su instinto maternal creando historias: parió piratas de mares innombrables, niños recién escapados del reformatorio, poetas ahogados en alcohol, chamanes de tribus de África.
Escribió para dar luz, para alumbrar la vida.

Solía repetir que cada uno tiene un motivo para hacer las cosas que hace. Decía que hay cosas que se hacen por inercia, otras porque te las han enseñado, cosas que se llevan a cabo porque deseas matarte y algunas porque amas. Ella amaba sin duda al hijo no nacido, a la niña no parida, a la quimera de sus pechos rebosantes de leche.

Tengo una cicatriz que tiene forma de ojo

Tengo una cicatriz en la rodilla
En la que tú nunca has reparado.
Yo no soy más que esa cicatriz
Y esa cicatriz no es más que yo.
Por eso, cuando amo a alguien,
Suelo mostrársela:
"Mira, tiene forma de ojo."

Me hubiera gustado que alguna vez
Hubieras levantado mi pelo
Y hubieras besado mi nuca
Porque mi nuca son mis mieles
Y allí guardo todas las penas
Y todas las caricias con la vida.

Me sentaba ante ti y sútilmente
Te mostraba mi rodilla
O me colocaba el cabello hacia un lado
Intentando vanamente seducirte
Con mi cicatriz y mis penas.

 Pero habitamos
Planetas
Desemejantes.


UNA DAMISELA ES MUCHO MÁS QUE UNA DAMA


 Cuando la conocí, ella estaba en crisis. Cuando llegó a mi vida, mi crisis tenía las fauces enormes y unos dientes afilados que me desgarraban la piel. Y aún entonces era tierna y no bebía del cinismo ni todavía hacía humor con el desencanto.

El drama sólo era drama y las palabras insuficientes. Había dejado de escribir, en esa fase en la que los papeles que emborronas empiezan a parecerte demasiado edulcorados y entiendes que tu hambre es hambre de sangre y no de mariposas de nube de azúcar. Esa fase en la que no deseas explicar que llueve y lloras, pero te encantaría contar que hay gente que te parece pusilánime, que una mano colectiva te estrangula el cuello, que no te sientes feliz bebiendo hasta vomitar y que los porros de las fiestas te ponen muy triste. Que has descubierto lo que es el “extrañamiento” de las piezas de tu engranaje.

Ella tenía nombre de diosa romana de la caza y la naturaleza, y ya había alcanzado el cinismo. Sacó lo que había dentro de mí burlándose un poco.

Ella me enseñó “Algún día aprenderás que tú no eres tan importante”.

 

Yo le enseñé que no había nadie más importante que ella.
 
 
 
 

Poesía



21 de marzo 2014

Día Mundial de la Poesía



Ay, esas maneras que tienes,
Poesía,
de ser ácrata, insobornable,
maga,
libre,
reincidente.

Disculpa,
sentencia,
culpable.

De escuela academicista,
bastarda con tanta madre,
divina de métrica rígida
y sin normas acentúales.

Santa impoluta y sin mancha,
charco colmado de barros,
sinsentidos elocuentes,
discursos contestatarios.

La luz
La vida
La muerte
Lo insurgente
El amor
Los deseos

Lo manifiesto
y
lo latente.



DOS QUE

 


(Debiste haber sido de usar y tirar, pero no lo lograste, váyase usted a saber porqué)


Mi nombre de dos sílabas,

nuestro adiós de dos sílabas,

mi pena de dos sílabas,

Ay, qué habrá sido de

nuestras dos sílabas, amor.

 

 
Era poesía despertarme confusa a tu lado
y recorrer descalza los pasillos de tu casa
y sentarme a esperar que tus ojos izaran
y a que el sol, entonces, amaneciese.

 También debe ser poesía
 y lo es, a su modo,
esta forma de desacostumbrarme a lo tuyo,
de desabrocharme de tus brazos,
de negarle a mis piernas tus caderas.

 O este ocupar con cualquier nadería
 todo este espacio
 y sonreír cercada y negando
 el frío que me tiene reclusa
pero extrañamente amainada.
Besos llueven de mi boca a la tuya
a cántaros de deseos, más inventados
que nuestros.
En el mar de tu saliva
nada mi cuerpo
y mi temor
en aquella tétrica idea de tu ausencia.

Eros porque eres


Mi líbido sólo tiene seis letras cuando ando enamorada

Y me hago primavera de los pies a los rizos

Y me confío al eros desde el amanecer a la noche.

Cuando me recorre una voz y me llena los poros.

 

El sol me quema entera cuando un nombre me alimenta

Y lo rumio al dormirme y lo nombro al nacerme,

Cuando unos ojos me brillan más que cualquier estrella,

Cuando miro una cara y veo a dios un instante.

 

La vida me recorre completa de sangre

Cuando cojo una mano y la siento caliente,

Cuando danzo en arpegios si camino la acera,

Cuando no entiendo más que morirme por verte.


 

Amargo verso

Hoy me desperté
con un poema agrio
instalado en el centro
de mi garganta.
Campaba a sus anchas
al abrir mis ojos,
se hizo fuerte
a media mañana.
Ni náuseas
ni lágrimas
ni un febril lápiz
han expulsado
este amargo verso
que me habitaba
en el centro mismo
de la garganta.
Duele y sollozo
por que muera en letras
pero en silente llanto
se me desagua.
Mientras no se comprenden las cosas, se sufre. Vivir es como leer un denso texto de filosofía lleno de florituras, de metáforas y de una jerga que nos es ajena. Es un viaje en busca de sentido; no entendemos la introducción si no es en el nudo, ni la trama si no es en el desenlace.

Sin embargo, a veces también la vida, como las palabras, da el giro apropiado y, sin apenas saberlo, nos da la luz como lo hacen los flexos que usamos en la oscuridad del cuarto.

Un par de palabras bien peinadas y acertadamente colocadas puede envolvernos de claridad. Así también, lloramos acontecimientos indeseables que, más tarde, reconoceremos necesarios y que acabarán resucitándonos, disolviendo el galimatías de un prólogo deforme.
 
 
 

(De cuando Caperucita se comió al lobo)



 Ese lobo que se creía tan sagaz, se relamía pensando en cómo iba a zamparse a esa niña. Esa niña que no sabía que el lobo era lobo, paseó a saltitos aquel bosque, cantaba y se detenía a recoger flores. El lobo pasaba las jornadas afilándose las uñas de sus zarpas y creía tener un esquema preclaro de los pasos de Caperucita. “Por aquí vendrá, ahí se detendrá. Si le hago la zancadilla, llorará y llamará a su mamá.”
Lo que no saben los lobos es cuánta audacia puede tener una niña, sobre todo porque los lobos despiden un delator tufillo a fiera que no se le escapa a la pituitaria de una niña que suele estar acostumbrada al olor de las chuches y de las flores.


  Así durante varias jornadas se fueron encontrando por el bosque Caperucita y ese lobo que se creía tan fiero. El lobo se aclaraba la voz con miel que le robaba a zarpazos a las abejas y se lavó alguna que otra vez en el río para hablarle así a Caperucita: “Buenas tardes, niña bonita, ¿Dónde vas tan sola? ¿Qué llevas en esa cesta? ¿Por qué vas vestida de rojo? ¿No sabes lo peligrosos que son estos parajes para las niñas? Blablablá, bla, bla, bla”. A la niña, a veces, le divertía escuchar al lobo y no entendía por qué hablaba así un ser tan peludo; otras le aburría soberanamente el parlamento de ese tipo y le preguntaba por las coníferas y le pedía que le contara un cuento. El lobo se descolocaba, “que niña tan rara”, se decía. Pero le preguntó a las habitantes del bosque sobre coníferas e incluso se aprendió algún cuento.


  En las tardes en las que el lobo le contaba un cuento, Caperucita se sentía algo así como dichosa en la compañía de esa fiera, aunque el olor que despedía nunca le permitió aproximarse del todo. Pero el lobo fue tan torpe que en sus historias le fue dando pistas a Caperucita: animales salvajes que se comen a las niñas, tretas, dobleces, la ingenuidad que no sabe de los seres que habitan las sombras...


Caperucita empezó a saber de realidades que ni sabían que existían y se puso alerta. Y como el lobo era un narciso se perdió en su oratoria y se olvidó de que su cometido era comerse a esa niña. Se escuchaba hablar, le gustaba ver a esa niña ojiplática perdida en su cháchara. Ay, ay, ay…

El lobo se miraba su ombligo y se hacía experto en coníferas y cuentos infantiles y Caperucita se estaba convirtiendo en una niña prematura y perspicaz.


  Una tarde Caperucita le dijo al lobo: “Le voy a hablar claramente, señor Feroz, no me creo una sola palabra de lo que dice, ¿qué hace un lobo perdiendo su tiempo con una niña como yo?”
- ¿A qué viene esto, Caperucita?
- ¿A qué tanta advertencia para que no me coman, señor Feroz? Opino que como sabe lo qué es comerse a una niña, quiere hacerlo usted antes de que lo haga otro.
- Válgame el cielo, querida niña. Yo, yo…
Y abriendo mucho las fauces, Caperucita se lo embuchó