(De cuando Caperucita se comió al lobo)



 Ese lobo que se creía tan sagaz, se relamía pensando en cómo iba a zamparse a esa niña. Esa niña que no sabía que el lobo era lobo, paseó a saltitos aquel bosque, cantaba y se detenía a recoger flores. El lobo pasaba las jornadas afilándose las uñas de sus zarpas y creía tener un esquema preclaro de los pasos de Caperucita. “Por aquí vendrá, ahí se detendrá. Si le hago la zancadilla, llorará y llamará a su mamá.”
Lo que no saben los lobos es cuánta audacia puede tener una niña, sobre todo porque los lobos despiden un delator tufillo a fiera que no se le escapa a la pituitaria de una niña que suele estar acostumbrada al olor de las chuches y de las flores.


  Así durante varias jornadas se fueron encontrando por el bosque Caperucita y ese lobo que se creía tan fiero. El lobo se aclaraba la voz con miel que le robaba a zarpazos a las abejas y se lavó alguna que otra vez en el río para hablarle así a Caperucita: “Buenas tardes, niña bonita, ¿Dónde vas tan sola? ¿Qué llevas en esa cesta? ¿Por qué vas vestida de rojo? ¿No sabes lo peligrosos que son estos parajes para las niñas? Blablablá, bla, bla, bla”. A la niña, a veces, le divertía escuchar al lobo y no entendía por qué hablaba así un ser tan peludo; otras le aburría soberanamente el parlamento de ese tipo y le preguntaba por las coníferas y le pedía que le contara un cuento. El lobo se descolocaba, “que niña tan rara”, se decía. Pero le preguntó a las habitantes del bosque sobre coníferas e incluso se aprendió algún cuento.


  En las tardes en las que el lobo le contaba un cuento, Caperucita se sentía algo así como dichosa en la compañía de esa fiera, aunque el olor que despedía nunca le permitió aproximarse del todo. Pero el lobo fue tan torpe que en sus historias le fue dando pistas a Caperucita: animales salvajes que se comen a las niñas, tretas, dobleces, la ingenuidad que no sabe de los seres que habitan las sombras...


Caperucita empezó a saber de realidades que ni sabían que existían y se puso alerta. Y como el lobo era un narciso se perdió en su oratoria y se olvidó de que su cometido era comerse a esa niña. Se escuchaba hablar, le gustaba ver a esa niña ojiplática perdida en su cháchara. Ay, ay, ay…

El lobo se miraba su ombligo y se hacía experto en coníferas y cuentos infantiles y Caperucita se estaba convirtiendo en una niña prematura y perspicaz.


  Una tarde Caperucita le dijo al lobo: “Le voy a hablar claramente, señor Feroz, no me creo una sola palabra de lo que dice, ¿qué hace un lobo perdiendo su tiempo con una niña como yo?”
- ¿A qué viene esto, Caperucita?
- ¿A qué tanta advertencia para que no me coman, señor Feroz? Opino que como sabe lo qué es comerse a una niña, quiere hacerlo usted antes de que lo haga otro.
- Válgame el cielo, querida niña. Yo, yo…
Y abriendo mucho las fauces, Caperucita se lo embuchó



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