Vine a astillarme contra mi credo
en la suficiencia de la norma y su desatino,
en capítulos patéticos del deber contra el ser,
en la nocturnidad y alevosía de comer poco
y mal.
Para que no estallase mi templo,
para creer tener la seguridad enferma y mentirosa
del estar y el comprender,
del para siempre, perdiéndome el ahora
y el conmigo.
Me senté de rodillas en altares carcomidos,
mis manos dispuestas para el rezo,
sin estado de gracia y en liturgias
que llenaban de moho y de larvas mi pan
y mi fe.
Reniego de los pilares sobre los que un día
asenté la religión a la que no pertenezco,
ya que bastaron dos salves y un yo confieso
para que a la hora del ángelus ya fuera una mujer conversa
e impía.
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Se pide la voluntad.