No importa si las palabras rebotan y se te vuelven contra la
boca, como a veces pasa cuando hablas demasiado, aunque nunca se habla
demasiado, sólo se puede pecar de hablar
demasiado a alguien. Tampoco importa si esta tarde escribía a los márgenes para
tratar de explicarme a mí misma la lengua romance, o esa anonimia que acabó
metiéndose dentro de mí y me hacía extranjera en medio de esas mesas. Lleno mi
cabeza de literatura, y mi estómago está cada vez más vacío, y qué importa. No
es importante que los relojes sobrevuelen mi pelo, aunque los haya encerrado
con cuatro vueltas de llave, ni que hoy me haya despertado y yo no estuviera;
que haya descubierto que me marché esta madrugada. No importa. Importa que sé que
tengo la capacidad de amar y por eso sé que estoy viva y que en verano no
sentía tanto frío. Importa que sabes que la vida debe ser apasionante, cuando
como una autómata te sientas a esperarla entre las letras.
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Se pide la voluntad.