Visión II

 
Para escribir hay que entrar en trance. Para decir adiós hay que entrar en trance. Para vivir hay que permanecer en ese estado alterado de conciencia.
 
 
Que nada me llueva lo suficiente, eso pido. Y que para aprender me baste esta intuición mía que brota al inicio de cada cosa, que huelo antes de que hierva, que escucho antes de que suene, que soñé antes de comenzar a vivirla esta mañana. No quiero llegar a la moraleja, cuando la moraleja empieza a escupirse ya duele; y yo tengo la inteligencia alerta y aprendo, a base de pálpitos, a alejarme de la quema.
Hágase la luz, dije. Y fui bendecida con una lucidez temible y, desde ahí, vi hundirse barcos antes de que zarparan, imaginé a Saturno devorando a sus hijos antes de haberlos fecundado. Vi a gente que se marchaba porque tenía cara de ayer, cuando aún no habíamos sido presentados.


Comprendo, dije. Y aprendía la lección para siempre.
 
 
Caudal,
Caudal poderoso que mojas todo lo que lames,
Caudal culpable de la vida
Caudal de mis lágrimas.
Caudal definitivo y definitorio,
Río dichoso y enojado.
Vida:
Te escucho.
 
 
 
Bach, Richard: "Lo que la oruga interpreta como el fin del mundo es lo que el maestro denomina mariposa"
"Yo no, pero la ciudad enseña." (Sócrates)
 
 
 
 
 
Pintura:
Michael Carini "Beautiful Accidents".
 
 
 
 





Visión I


Vengo a derramarme sobre la hoja, a fornicar con el verbo, a hacerme inercia de mi propia desesperanza. A cargar de tinta todos los fusiles, a dar la palabra a todas las gargantas; a atravesar la tuya con la lanza de mi reproche.

A odiarte.

Vengo a derramarme sobre la hoja, a abotonar tu abrigo para el invierno que lamerá cada rincón de esta noche. A resguardar tus silencios, a darle la razón a todas tus calladas, a no ser ya más que este mutismo fecundo.

A bendecirte.

 

Tal vez el adiós sea el poema más bello, el final de la historia más penetrante, lo más lúcido en este cuento. Qué alcance el de esa valla, que puerta tan hermosa, al fin y al cabo. Cuánta flor deshojada en una guerra sangrienta, tan definitiva y tan justa.

Tan necesaria.

Tanta firmeza en el irse. La única verdad de todo esto: el marcharse.

Bello remedio.

Si es que existe alguna medicina paliativa, sólo cabe derramarse sobre la hoja.

 

 

Las heridas se curan. Los puntos saltan.

Mi miedo voló por los aires al espantarlo papá,

Al sonreírle mamá.

El otoño ha sido rojo sangre,

Más en mis sueños que en la piel.

Mi herida se cura.

La cura mi saliva.

Las palabras de papá,

La sabia certeza de mamá.

La fibrina me llama ser vivo.

Coagulo.

Sano.

Genero tejidos blandos.

Acepto.

Cicatrizo.

Mejoro.

Amo.

 

 

¿Quién va a venir a recogerme el vientre? ¿Quién? Te estoy llamando. Es domingo y no llegas. Te hablo de mis ausencias y te enseño esa cicatriz enorme.  ¿Tú vas a recogerme el vientre? ¿Quién eres? Sólo necesito tu nombre para conjurarlo, las palabras son milagro, pero me falta una. Tu nombre. Dame un par de vocales y yo te llamaré cada madrugada.

Te estoy llamando. No llegas.


 

 

Azul


El azul siempre me ha perseguido. Olía el azul cuando aún no sabía pronunciarlo porque me sabía azul la tetina de mi biberón de vaso ancho. Eran azules mis temores de pequeña, esos que me hacían recorrer un pasillo largo y de goma, pidiendo por azul, que mis padres no me hubieran abandonado.

No sabía pintar sin azul con las ceras. Probé el azul mordiendo esas pinturas de guerra.

Morí azul decepcionada.

Fue azul mi primer amor, era tan azul que ambos convenimos que no podía ser de otro color y, junto al mar, me trenzaron el pelo con hilo azul.

Morí azul enamorada.

Mi pelo fue azul algunos años, mirado al trasluz en ángulo muerto. Bello azul. Azul terciopelo.

También tuve los dos ojos azules, a destiempo, pero azules. Azul por qué. Azul desvelo.

Azul palpitante, azul cadáver, azul en la llama de fuego. Azul helado.

Pienso en azul porque no hay remedio.
Y cuando fui feliz, fui azul.
Y cuando me mató la pena, era azul el cielo.
 
 

 

Nadie necesita superar nada. Los fracasos no se superan, se deben coleccionar, ordenar, quitarles el polvo. Amo a mis fracasos. Son los hijos más libres que he parido.

Acabo de leer un poema que me ha hecho llorar, aunque aún no he llegado a entenderlo. Una damita diminutamente enorme cantaba a la vida, se lavaba las manos porque su fracaso había volado, había decidido independizarse de su dolor, del olor de sus errores, de su angustia. Lo buscaba y no estaba. Lo celebraba. Pero, entre sus letras, la sangre se derramaba, llorando a ese fracaso, llamándole a gritos. Pobre damita. Cuánto le echa de  menos. Tan dolida de que ya no le duela.

¿Qué somos sin las derrotas? Enormes gilipollas muy seguros de nosotros mismos, pequeños dictadores, predicadores de baratillo. Enfermos mentales. Seres fríos y enfadados con la calmachicha.

Le pido a la vida que nunca me olvide de todas las veces que perdí. Al fin y al cabo, mi historia es esta guerra y todas sus batallas. Estas heridas, y todos estos modos de recuperación. Viva el sol entre las nubes y, para eso, quiero nubes.