El poeta

No es más que un pobre hombre resignado,
con ojeras encarnadas,
por llevar en las pestañas amaneceres,
flores, quereres, penas,
miradas.

Tiene en la punta de los dedos, las tildes
de lo que proclama
y son sus versos marineros,
a veces náufragos
y a veces playa.

Se enamoran para media vida,
para la otra media, aman.
Saben perder y lo cantan
cuando se alza la mañana.

Ellos tienen siempre llenas de macetas
 las ventanas.

¿Cómo poder distinguirlo
en el gentío, en la plaza?
Entre los abrigos grises
que en la fuente descansan,
el poeta será aquel que con el agua se habla.