Grupo 1. Junio 2014

Simpatizar con el antihéroe, comprenderle, entender sus bajas pasiones, sus debilidades, identificarse con su olor a fracaso, con sus babas, es fácil. Quererle incluso, es fácil. Elegirle en vez de al héroe de la historia, es fácil.
Más fácil aún es detectar al héroe, que apenas se esboza la historia ya se sabe quién es porque suele nacer bajo determinadas señales, suele abandonar prematuramente, o de un modo forzoso, el hogar; luego, por ejemplo, huye y conoce a su mentor. Más tarde, se dedica a su guerra y, tal vez algún día, vuelve a casa.

 El antihéroe se tropieza. O le roban a su chica. O cae en un montón de estiércol. O muere.

Héroe/ antihéroe. Es fácil. Me vais a permitir esta simplificación de las cosas.

Mi problema comenzó hace algún tiempo cuando me puse a analizar a mis heroínas -de la literatura, por ejemplo- y descubrí que ellas son un híbrido entre el héroe y el antihéroe. Y siempre es así. Y, si alguna hubiera que no contase con ese mestizaje, no tengo la menor duda de que  seria heroína en tanto en cuanto se ajustase como un guante a los encantos femeninos previstos. O nacidas para el amor carnal o para el amor maternal y marital.
Pido de antemano que esto no se interprete en absoluto como una paranoia feminista, dado que sólo es un análisis -feminista, sí. Pero porque lo lleva a cabo una fémina- de lo que es la heroína en la literatura.
Es decir, ellos blanden grandes armas, realizan viajes por tierras extrañas, capitanean barcos, matan gigantes. Suelen ser aventuras hacia afuera, hacia lo desconocido, lo por colonizar, en busca de los otros seres. Pero a mí, como buena obsesiva que soy, me preocupan ellas. Mis heroínas, las heroínas de muchos y sus aventuras, que siempre fueron aventuras interiores; llevadas a cabo en el condado, o en la casa, o en los jardines, o en ocultas relaciones epistolares. Mujeres adúlteras y trágicas que emergen a lo largo del siglo XIX; damas jóvenes, sensibles o torturadas -algunas incluso refinadas y casadas con un caballero de buena posición- (digamos que, hasta aquí, todo iba según lo previsto), pero todas ellas acabaron al fin lanzándose al abismo del incesto, del adulterio, amando a malditos. Pagándolo, al fin, con el suicido, o el asesinato personal o social llevado a cabo por el juicio propio o ajeno.

Al final fracasan, se tropiezan. O pierden a su amor. O caen en un montón de estiércol. O mueren.

La heroicidad, no me cabe duda, está ya implícita en saltarse los cánones y arrancarse las encorsetadas normas que para ellas tenían previstas. Siendo justos, ellas también nacen bajo determinadas señales (tal vez, cierto inconformismo desde la infancia), son arrancadas a la fuerza de su lugar, han de escapar o esconderse, luchan su guerra y, o bien son redimidas, o bien mueren.

Muchas de estas heroínas brotaron de plumas femeninas que venían gritando sobre el papel; otras, de grandes hombres que fantaseaban con otro tipo de mujer. A fin de cuentas, nadie catalogaría de antiheroína a Madame Bovary, a Anna Karenina, a la Ana Ozores de La Regenta o a la Catherine de Heathcliff. De eso no tengo duda.