No importa aquella herida, es de un malva morado si cierro los ojos y la busco; está allí y no la encuentro. Quién diría que yo vine a desangrarme por aquella abertura, que los demonios entraban y salían por allí. Y se quedaron un verano y un otoño y un invierno, y toda una primavera.  En verano la sal hizo la proeza de soplarla: sana, sana, maldita heridita. Ciérrate ya.

Y abrí los ojos y la piel. De nuevo.

No importa aquella magulladura, aquel desgarro. No. Pero aún, si cierro los ojos y la busco, malva está allí y no la encuentro. Quién diría que yo cantaría una misa por aquella abertura, que las letras entrarían y saldrían igual de impolutas por allí. Y le cantaron una líquida noche de invierno.  Llego el verso y la lamió entera: dónde, dónde, bella llaguita. Dónde estás.

 

 

Nadie se conjura contra su recuerdo

"Uno vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida."
 
 

 



 

Qué certeza tan mamífera, qué epitafio tan común.

Qué asuntos para postergar que no serán jamás desatendidos.

¿Quién ha negado el sol? ¿Quién su linfa recorriendo lo único que significa?

Llegará el hambre, llegará el frío, la guerra devorando la aldea de tus padres,

Los pies cansados, la sangre más densa, los colores todos mezclados.

Y el cuaderno del latido será la cinta rosa que mantiene atadas las petunias,

El vino derramado en la única misa que rezaste, el cuerpo de cualquier dios levantado,

El pelo revuelto a media tarde, la urgencia del deseo, la baraja de seis ases.

El único tictac que no picaba.

La belleza que te descarnó y dolió, por viva.

La llamarás, la evocarás, la implorarás.

 Bendito undécimo mandamiento.

¿Quién va a negar que un día así sea?

¿Qué vida habrá servido sin nada de ello?