No importa aquella herida, es de un malva morado si cierro los ojos y la busco; está allí y no la encuentro. Quién diría que yo vine a desangrarme por aquella abertura, que los demonios entraban y salían por allí. Y se quedaron un verano y un otoño y un invierno, y toda una primavera.  En verano la sal hizo la proeza de soplarla: sana, sana, maldita heridita. Ciérrate ya.

Y abrí los ojos y la piel. De nuevo.

No importa aquella magulladura, aquel desgarro. No. Pero aún, si cierro los ojos y la busco, malva está allí y no la encuentro. Quién diría que yo cantaría una misa por aquella abertura, que las letras entrarían y saldrían igual de impolutas por allí. Y le cantaron una líquida noche de invierno.  Llego el verso y la lamió entera: dónde, dónde, bella llaguita. Dónde estás.