He llorado de alegría al volver a verte allí, tu negro uniforme de nuevo en el sofá de siempre.
Atrás queda la caja que era tu pulmón, el único lugar que, creías,
te abría los brazos.
Pero hace un lustro te esperábamos, cuando tu sombra vagaba por el pasillo
y escuchábamos ruiditos de arte en la última puerta del fondo.
He llorado de amor por el misterio que significa
que se deshaga solito un nudo de años
y me mire sonriente levantando su frente.

Doy las gracias como sé. Mi pecho está constituido de átomos verdes.
Explotan. Exploto.
Gracias.
Con el lenguaje de un niño de siete años, vuelvo a casa contándome un cuento;
mis pestañas se caen esa noche con la suavidad y sencillez del sueño de ese niño.

Tu negro que se desenvuelve grácil,
tus alas azules que se baten de nuevo en la recién parida primavera de tu casa.

Tu casa.
Tu casa.
Tu casa.

Todo ventanas, todo bosque, todo música.

Ya sin paredes.

Ya sin mi pena.