Los incontenibles deseos de escribir empiezan a preocuparme.
Este imperioso automatismo,

los dedos (casi solos)
colocándose encima de cada tecla.
Todo lo que soy
 Go
       Te
            An
                   do

 en la yema de los dedos.
Yo esparcida entre
                                   consonantes,

 vocales,         
                      comas
 y
                                         tildes.

Y la verdadera fuerza,
la auténtica soberana de este acontecer que no llega.
La respuesta, sea la que sea, la necesidad que no se manifiesta,
la urgencia que no me da su nombre.
La ausencia que no sé si es una, o son todas.

Nada es suficiente.
Nunca es bastante.
Nunca se sacia el monstruo que me devora las entrañas, la psique, mi adentro.

El motor crece, abastecido con lo que quiera que se abastezca.
A mí me exige algo que no puedo proporcionarle
porque ni sé qué es, ni sé si dispongo de ello.
Pero no se marcha.
Devora mis tripas como si fueran miguitas de pan.
Las absorbe, me moja salivando y enseñándome los colmillos.

No hay paz.​