No puedo dormir porque, en lugar de la mujer de Cortázar,
tengo una posibilidad atravesada en los párpados. Mi necesidad de ella la hace neciamente
vanidosa, se viene hacia mí en la oscuridad del cuarto y me muestra su
esplendor en diferentes tonos. Ahora naranja, ahora en un cámel traslúcido que asemeja
la fotografía de algún error antiguo, oxidado, una hecatombe pretérita que
ocurrió en otros tiempos. Respiro. Concluyo que mi posibilidad es un futurible
aún nonato. Pero aún. Solo aún.
Entra por la ventana de mi nariz abriéndose paso en una
intoxicación perniciosa, pierdo la conciencia en lo que ella llena toda mi cabeza
con su potencial existencia, me vacía aleatoriamente de cualquier otra presencia
con vida objetiva. Asesina recuerdos, traumas, heridas, deseos. Sale por mi
boca entornada que permanece en la agitación de una expectativa, aprovechando
para lamerme la cavidad bucal sinuosamente, ágil e insinuante hasta que me arrebata
y consigue girarme un poco los ojos.
La veo a través del blanco de los ojos. Lleva sombrero,
gorra, boina, tricornio. Un casco. Turbante, birrete. Una toca. Montera. Me mira
y se ve en mí, se sabe en mí. Me hace el amor de cinco a siete de la mañana.
Luego se fuma un cigarro suspendido en mis labios. Él/ ella lo aspira, pero soy yo la que se marea un
poco.
En los preliminares me ha susurrado su nombre. Eme. Eme.
Toca el piano. Bien. Muy bien. Y un poco. Poco, la guitarra.
Mayo del 2016, dice. Retorna. Enrocada/o en un pensamiento,
una pared blanca, que llena de recortes. Una pared blanca que se vacía de esos
mismos recortes. Solo quedan dos palabras suspendidas, en otro idioma.
Suspendidas para que luego yo también las leyera, para que luego yo también las
escuchara en una nota de piano. Fa. Fa. Asimetría en Fa en 2ª.
Una reja retorcida de color verde como telonera. Detrás, el
concierto. Nuestra canción.
Tengo una posibilidad atravesada en los párpados.
Tengo tu posibilidad atravesada en los párpados.
Te tengo (DO) atravesado en los párpados.
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Se pide la voluntad.