"Toda verdad es curva, el tiempo mismo es un círculo"

Un niño dibuja con tiza un círculo inacabado para no quedarse encerrado en el centro, me mira como para que yo le comprenda, necesita mi mano para salir por el hueco del trazo incompleto. Cuatro años, quizás, y acaba de regalarme la más exacta metáfora del tiempo; luego, coloca la tiza sobre mi mano, no tiene ninguna intención de ser el responsable del encierro que es la circularidad. Le sonrío. Cierro el círculo.
 
La circularidad, esa vía de servicio de las patologías, de los traumas, de esa historia de vida que te cuenta alguna víctima, con ese pesar que huele a reprodución, a clonación, a duplicación y así ad infinitum. En esos casos, uno debe decir algo así como te comprendo, pero no puedo hacer nada para rescatarte, órbita enferma. Gira. Gira. Tu suerte y tu desgracia es que nunca vas a estrellarte lo suficientemente en serio como para no volver a retomar la curva que es tu gran obra.
 
El niño ha salido despavorido del círculo y corre en línea recta, abandona el parque buscando césped.