Qué tendrá la tristeza que es a
veces tan afilada y tan niña, mostrándose entera, subiéndose la falda para
enseñarle al mundo sus braguitas llenas de barro, sus rodillas magulladas, esa
cicatriz de ir por el pueblo sin ruedines.
Hoy es sábado, un sábado que
tiene en su nombre más oes que aes, que ha perdido su esdrujulismo festivo y se
sienta, llano, en el alfeizar de la ventana a fumarse un cigarro. La noche
intenta tragarse ese cielo aún iluminado pero no le sale abrir bien la boca, la
luz se sigue colando entre los plátanos de sombra y una trompeta llora al otro
lado de la calle.
La urraca ha encontrado la anilla
de la lata, y esconde su lamentable tesoro de los ojos muertos del anciano de
verde. Esa niña llena su boca de burbujas calientes de la lata que parió el
patético tesoro que se lleva la urraca. La trompeta es la banda sonora del
patio donde vive el padre de esa niña que llena su boca de burbujas calientes.
El anciano de verde reza un padrenuestro;
perdona nuestras ofensas, se dice. Y un cierre echa la cremallera frente a todo
el cretinismo que un bar contiene. Beba Coca cola, reza. Y un mitin improvisado
de campaña electoral se escucha dentro de un coche.
La niña es la tristeza, pero aún
no lo sabe. Eructa despacio al sábado estúpido y, aburrida, comienza a
levantarse la falda.