Puedo ser muy cursi cuando llego a tu espalda.
Me descalzo agitada
en la parte más chulesca de tu omóplato
y digo la palabra
poema tres veces, mientras tomo medidas y dibujo trazos
de delineante
escrupuloso mirando tu nuca: poema, poema. Poema.
Resbalo en el canal salvaje que atraviesa tu envés y que
siempre me maltrata
con su brutal
litografía, burlándose a medias.
Antes de llegar allí me enfado, indefectiblemente, ineficazmente,
con alguna venus que
debió verterse allí un poco
y me corrijo en la
tradicional genuflexión que te regalo
entre tu inmensidad y
mi intemperie.
Siempre ganas, porque
yo camino descalza y un poco
desnuda para entender
la jerga de tu piel, el galimatías de tus lunares.
En tu lumbar izquierdo, una verruga se yergue
En tu lumbar izquierdo, una verruga se yergue
con la seguridad de ser bella, aunque verruga,
aunque insolente allí, en esos parajes;
se sabe interesante,
la cicatriz del tipo duro de cualquier peli.
Su prepotencia gira
mi nuca. Veo tu nalga.
Y me siento a rezar
un avemaría, dos salves.