Guerreo conmigo y con lo de más allá. Apropiarme de mis miedos no es sencillo. Son míos y, a la vez, me plantan cara y son capaces, tanto de obedecerme y aparecer cuando los llamo, como de permanecer cuando les suplico que se larguen.

¿Contra qué competimos? ¿Contra el escurridizo exterior o contra el propio interior hecho cosa? Esta segunda posibilidad podría rompernos los huesos, el alma, partirnos en dos. Porque lo que nos es ajeno está allí, ubicado, tiene peso y ocupa un espacio, pero lo que es nuestro -y ajeno- está allí y está aquí -en mí- ocupa un peso y un espacio -el mío- y tiene tantas formas como mi inseguridad, que es omnipresente, voluble y capaz de abrigarse con todos los disfraces que mis miedos albergan.

Como me conozco, sé que aquello de fuera forma parte de mí. Como me desconozco, no sé qué forma tiene hoy lo que yo misma he engendrado.