C&c

No tienes reveses, pero es tu prestancia tan suficiente y tan aterradora y, además, caes sobre la mesa con un sonido sordo, con el golpe justo y me adviertes que, aún no sabiendo de todo, entiendes mucho de lo que sabes. Tú ventaja es contar con que, si me zambullo en ti, vas a tejerme, vas a enredarme, a volarme las ideas, a llevarme de viaje a ese frío lugar y me vas a hacer entrar en esas oscuras tabernas, a la luz de las velas; rodeada de pequeños gigantes que no son libres pero saben bien quiénes son. ¿Acaso sé yo quien soy? Sólo sé que, entre tus brazos, soy todos tus hijos.

En tus entrañas un asesino ha empezado sutilmente a narrarme su intención. He podido sentir su escalofrío en mi espalda y, a través de tus cabriolas, me has envenenado; sé lo que piensa y resulta que le escucho pensar en alto, más no lo hace. Es tu peso de más de seiscientas artimañas el que me ha llevado a comprender que va a llevar a cabo algo horrible. Va a matar y lo hará con premeditación y alevosía, pues ya ha entrado en la casa de la vieja, ha ubicado su cómoda y ha comprobado que guarda la llave en su bolsillo derecho. Justo en ese momento me has parecido atroz y te he lanzado sobre la mesa; tú has sonado burlón en mi rechazo y ahora me miras sabiendo que aún te deseo y me esperas con tu vestido obsceno de calavera metida dentro de una jaula, así sin más, tentándome con la muerte.

Fiódor y tú os reís de mí un rato, jugáis conmigo. Sabes que volveré a ti porque ya me has seducido y que te beberé entero con ansia animal y que, aún cuando hayas acabado conmigo, serás parte de mí, inamovible y venerado. Una biblia.

Por más que yo me empeñen en hacer cambiar de parecer a Raskólnikov, él te pertenece. Y tú eres él, y él es tú. A veces me hablas desde él y otras, adoptando otra identidad, te justificas: "¿Qué quién soy yo? Soy un hombre acabado, nada más. Un hombre sensible, sencillamente, y que siente compasión; no enteramente falto de saber pero completamente acabado. Cuanto a usted, es otra cosa, Dios le tiene reservada la vida (¿y quién sabe si todo esto no se le desvanecerá como una humareda, sin dejar rastro? )..." Y heme aquí, ahora yo soy Rodino que te escucho abriendo tanto los ojos... y que me dices "Conviértase en un sol, y todo el mundo lo verá".

Maldito zalamero, engatusador, indecente, que te permites razonarme y nombrarte hombre y ser la hija resignada, la madre que consiente, el abogado, la vieja, el juez, la víctima y el mamotreto que yace ahora encima de mi mesa. Hablas y argumentas como Lucifer y también sonríes como un niño pequeño y yo te creo porque eres capaz de abrir la boca y enseñarme todas tus caries, así como también eres capaz de empapar mis ojos de lágrimas con tu dulzura. Eres el poder otorgado por una mano que en su escritura se hizo cosmos y repartes, como saben hacerlo todos los de tu calaña, todas las verdades de los hombres. Y porque entiendes acerca de lo sensible, de lo bizarro y las debilidades de todos los hombres es, por ello, que tú eres inmortal.