Creo
que me debí dejar la cabeza dentro de algún sombrero. De pequeña me enseñaron
el arte de la levitación sobre el suelo. También me enseñaron a odiar.
Pero, sobre todo, me enseñaron a jugar a la luz de la tarde con las sombras de
la pared y un quinqué. Qué serán ahora las sombras, qué será el quinqué.
Una grita desde el vientre y exige ¡Nace! Y lo que llegan
son confetis que dejan las calles perdidas y que no son papel ni son fiesta. Con mi quinqué me dedico a quemar
yo ahora los confetis; qué otra cosa
podría hacer si una grita desde el vientre y suplica ¡Hazte piel! Y se asoma lo
pálido, lo sin pulso. La muerte.
Mi abuela lo tenía claro y yo no quise escuchar cuál era el
truco para hacer la sopa en el justo medio. Me dedicaba a recortar con la
cabeza inclinada. No la escuchaba. Y hoy grité desde el vientre y dije ¡Sopa! Y
se encendió el quinqué.