Una pregunta, riñones míos

Me siento aquí a escribirte, por si te da por pasear de noche por estas calles y, desafortunadamente, de un modo que antes nunca me hubo sucedido, me asalta el vértigo: el insalvable abismo entre la emoción y las letras.

Ha sido de tu mano que he comenzado a desconfiar de las palabras -esa savia mía, que siempre me ha alimentado- y de sus trucos. Hoy reparo en su arbitrariedad o tal vez en ese despliegue de estrategias que viene a ser contar las cosas. Cualquier cosa. Nombrar la realidad, darle forma. Nombrar tú, desde esos labios tuyos, mi persona. O nombrar tu sentir por mí, si alguna vez estuviste sobre mi vientre y me dijiste te quiero. Y era entonces que no había modo de desconfiar de esa belleza, ¿Cómo iba a ser que desparramaras te quieros por mis rizos mientras me hacías el amor si no eran ciertos?

Las palabras hacen juegos de espejos. Los te amo como confetis.

Las palabras son perversas, resabiadas. Son trucos, ¿verdad, mi amor? Meros juegos.