Cuando maté
todos los versos
y
erradiqué
de mi cosmos
las palabras,
renuncié al contigo
y me expuse menos
a los por qués,

pude estirar las vocales
de
cada tarde
abrir de par en par
los paréntesis...
Acentuar.

Me permití mojarme
sin diéresis por
paraguas,
lejos de tildes siempre
dispuestas
a golpear.

Con las cansinas eses
que siempre insisten
en hacer
de mi semejanza
alborotadísimo plural,

hago ahora olas,
ondas,
curvaturas

y nadie sabe con vocablo
hacerme
callar.

Cuando me mudé al exilio


“ Ce que je veux pour mon royaume

   C´est à ma porte un vert sentier…“

 

Lo que yo quiero para mi reino/ es ante mi puerta un sendero verde. 

 

 

 

Ayer me mudé a la orilla del río, a la soledad de la sombra de benditos árboles frutales y vivo entera y redonda sin la luz del soberano que se llamaba sol y daba la vida, decía, a todas las especies. Pero sépase que cegaba mis ojos y no me dejaba observar estas flores silvestres que desfilan delante de esta orilla.

 

Ahora habito todos los lugares del bosque y aún no supe decantarme por ninguno.

Adoro los verdes.

Tengo dudas con los rojos.

Y detesto la evidencia pronunciada por los labios de cualquiera que desee evidenciarse.

 

La verdad está encriptada en los libros que llevo en el bolso, en el pelo enmarañado de las niñas pequeñas que, sucias, sonríen a la vida; nace y muere en los labios de los amantes; está en los infelices lúcidos que se mantienen erguidos; en mis próximos brazos; en todos los últimos alientos.

 

Esta belleza es mía

   Y va a

       Descansar

            Quiera

                   O no quiera

                                 En la urgencia

                                               

De estos ojos

 

                                                                  Con los que yo miro.