Vengo a derramarme sobre la hoja, a fornicar con el verbo, a
hacerme inercia de mi propia desesperanza. A cargar de tinta todos los fusiles,
a dar la palabra a todas las gargantas; a atravesar la tuya con la lanza de mi
reproche.
A odiarte.
Vengo a derramarme sobre la hoja, a abotonar tu abrigo para
el invierno que lamerá cada rincón de esta noche. A resguardar tus silencios, a
darle la razón a todas tus calladas, a no ser ya más que este mutismo fecundo.
A bendecirte.
Tal vez el adiós sea el poema más bello, el final de la
historia más penetrante, lo más lúcido en este cuento. Qué alcance el de esa
valla, que puerta tan hermosa, al fin y al cabo. Cuánta flor deshojada en una
guerra sangrienta, tan definitiva y tan justa.
Tan necesaria.
Tanta firmeza en el irse. La única verdad de todo esto: el
marcharse.
Bello remedio.
Si es que existe alguna medicina paliativa, sólo cabe
derramarse sobre la hoja.