A L. De Julián López




Con la gala que naciste

 y ese intimidad
con la música
y tu piano
y tus dedos,

tímidos pero suficientes.
No podías suceder de otro modo.

La guerra te besó la frente
y tu juicio, aún entonces,

se desabrochaba de la manera
en que se abren las flores.

Tu pensar es al nivel
de bella mujer liberada,
erguida, lúcida y avisada.
Y no cumples los ochenta.

Salvaje madre
y abuela redentora.

Arrope risueño que,
en las tardes de mi inocencia,
 me declamaba
la voluntad de los versillos
populares y cadenciosos.
Y me hacía volar a ese otro sitio
que existe y que todos obvian,
donde calza la belleza
zapatos de tafilete viejo
y collar de perlas desgastadas.

Te debo mi yo
y todo mi adentro y

no sabes
cuánto de mi alegría,
y cuánto de mi cuento