El asunto de las relaciones personales es cosa seria.
Acostumbro a analizarlas y colocarlas en un mapa, un eje de coordenadas capitaneado
por diferentes variables, es un ejercicio divertido, dinámico y que suele
mostrar no poca información.
La Distinción de Bourdieu pone las bases, luego la expectación
y observación –participante, en ocasiones-, la indagación, el análisis y las
conclusiones cogen primera fila.
Imagínense: ese capital cultural –con lo que conlleva chupar
culturalmente, teniendo en cuenta qué es cultural aquí donde yo vivo- marcando
las pautas, ya que quizás sea la prepotencia encarnada sin más la que legitima
moverse así creando tendencia en el dúctil eje de coordenadas. Así pues, quedan
relegados a aceptar esos estilos, los más desfavorecidos de esa “bendición” del
capital cultural. Hacen fila. Dan fe. Buscan el sucedáneo, si nos le da para el
original. Aceptan. Aunque sin entender mucho el producto, ya que les es ajeno,
lo consumen, los publicitan, lo certifican. Y pretenden un favor del mismo,
esperan que les sirva cuando, en ocasiones, no es más que fetiche, revelándose
cómplices de esa relación que les domina y que no aciertan a ver. De este modo,
no hay forma de que los menospreciados tengan nada que decir. Pasa que, en
ocasiones, alzan la voz pero no es más que la voz de los que se encuentran
enfrente en el eje de coordenadas, enfrente y debajo. Si todo va bien, llega el
asco, pero la aversión no siempre es bidireccional.
Si somos capaces de ver a qué juegan en el tablero aquellos
que solo parece que están, habremos descubierto las cartas. Llega el asco.