Las tortillitas de camarones no pudieron arrancarme de esa
parada de postas, ni esa luz, ni aquella noche ardiente al filo de la luna
creciente.
Pero sí pudo el pan de millo darme la serenidad que contiene
su cementerio de Cambados, sí pudo iluminarme la niebla de las ruinas de esa
torre vigía y la playa del Pacífico que se había desplazado, para mí, a la
Praia Das Pipas, y la zorza deshaciéndome de placer la lengua con su Estrella
Galicia.
Las pimenteiras me dieron el ardor suficiente para hacer materia
de esa nube gaseosa que venía siendo yo borrándome del Paraíso de Adán en
Portonovo. La primera noche el rey Baltar me acunó entre sus brazos dándome
sosiego. No hay ya ojeras, miña mía, me susurraba y yo que me mecía en la rama
más tierna de mi nuevo árbol.
A Lanzada me acarició la cintura y fui gacela un ratito
entre sus jugos gástricos. Y el olor del mar. Ese olor de mar de Combarros y
sus zamburiñas, zambulléndome en un nuevo horizonte. San(xenso) nuevo año que
se arrima por la orillita de las Rías.
Son más azules tus azules que ese azul tan sureño que no tiene
el embrujo de tus Perseidas; ni siquiera el calor de tu fuego.
Prexigueiro me desintoxicó con azufre que arrancaba mis
pieles y volé a 140 kms hora por la espalda de Ribadavia para tumbarme un
ratito en el pubis de Allariz y contarme los lunares y sonreírle a mi sombra.
Con diez cañones, del Sil, por banda he destruido el espigón
del ayer. Buen viaje fue aquel.
Y mejor el que llega.