Y, a veces, encuentras palabras que, sin ser tuyas, lo son.

Yo igualmente sé zapatear destrozando tacones, lo que sucede es que, a veces, se venera tanto la pieza que se resuelve por puntear con el más noble de los cuidados.

Aunque siempre, o al menos la mayoría de las veces, sabiendo que el insecto te ha aguijoneado, una se hace dueña de ese veneno, lo hace suyo y emula, del tábano, sus zumbidos.
Ya no se me hace necesario protegerme de él, si el mismo me ha visto y me ha lastimado, aún habiéndome reconocido.

Si por estas cosas que tiene la vida, se me hiciera demanda bajarme del barco, lo haría con la barbilla apuntando hacia arriba, porque esta pobre que hoy teclea estas letras, amarrada a la vela se amotinó en tempestades, quiso entender que bailaba entre mareas y se hizo sal con sol cuando se amainaron las aguas.
No habrá falta ni desatino mientras me dirija a tierra porque supe amar todo lo que me enseñó la alta mar, incluidas las tormentas y su repiqueantes resacas.