Mientras no se comprenden las cosas, se sufre. Vivir es como leer un denso texto de filosofía lleno de florituras, de metáforas y de una jerga que nos es ajena. Es un viaje en busca de sentido; no entendemos la introducción si no es en el nudo, ni la trama si no es en el desenlace.

Sin embargo, a veces también la vida, como las palabras, da el giro apropiado y, sin apenas saberlo, nos da la luz como lo hacen los flexos que usamos en la oscuridad del cuarto.

Un par de palabras bien peinadas y acertadamente colocadas puede envolvernos de claridad. Así también, lloramos acontecimientos indeseables que, más tarde, reconoceremos necesarios y que acabarán resucitándonos, disolviendo el galimatías de un prólogo deforme.