SÓLO LUEGO

Sólo escribir si caen los pétalos,
nada más que cuando el reloj se para,
en las ausencias,
en los intervalos,
cuando el todo es la nada.

Sólo embeberse en este negocio,
cuando el ruido pasa,
contar cuando ya nada que decir,
nada que escribir.
Escribir cuando el narrador se calla.

Sólo sentirse escritor después del desfile,
coger el lápiz para barrer las calles,
usar las letras de camión escoba,
sentir el ardor si la niebla habla.

Sólo después.
Sólo a solas.
Sólo sin piel.
Sólo sin alas.

La gente se enferma. Coge lo más brillante que vio en su vida y, danzando en su órbita, se enferma.

Yo también me enfermo con mi enfermedad, no te creas. De la alacena de todos los posibles me sirvo siempre el plato más frío y, limpiándome las lágrimas, repito de ese puré obsceno.

Otra cucharada de aquello que me revienta el vientre y, quejándome aún, hundo de nuevo el cubierto en ese engrudo. Y  vuelta a empezar.

No sé, de verdad, cuál es la tara de mi inteligencia, pero la tengo.

 

Allí en frente, todas las frutas. Colores, olores, frescura, vitaminas.

 Yo de espaldas a todos los bodegones.

Yo y mi papilla.