Las Maripepis


Hoy la jornada laboral me permite abrir este documento de word y estallar. Los mareos y nauseas me vienen acompañando desde hace unas doscientas quince horas, momento en el cual se me indisgestó el mundo.

Recuerdo los juegos de recortables que usaba siendo niña, esas rechonchas muñecas de cartón que, mediante pestañas, podían ser equipadas con todo tipo de vestidos y complementos: el pijama, el atuendo de playa, el uniforme escolar... y que, por alguna extraña razón, jamás parecieran vestidas del todo. Se distinguían como realidades ajenas, por un lado la siluetilla de cartón, por el otro, cualquier tipo de avalorio superpuesto. Nunca parecieran fundirse y ser un todo. Por explicarme mejor, cuando yo vestía a mis recortables con esa ortopédica moda, ¡seguía pareciéndome que estaban desnudas!, aunque las colocara un bolso en cada mano.

En aquellas lentas tardes nunca resolví el enigma. En esta frenética mañana, tampoco.

Hoy sé que me siento igual que cualquiera de esos rígidos muñequitos, la adaptación a la realidad, o bien, ese vestido imprescindible que toca cada día y que, oportunamente selecciono, casi siempre me hace sentir desnuda. Me siento igual de perpleja que con seis años: ajena a lo que se me coloca a través de esa pestaña -herramienta que existe para hacer encajar realidad y sujeto- y sigo sin saber si es que los vestiditos están mal confeccionados o si el maniquí -es decir, la que viste y calza- viene de serie con una deformidad.

Hoy me siento como una "Mari Pepi" resignada, muy, muy resignada y tan sólo tengo deseos de andar desnuda, de liberarme de todo eso que me cuelgan y que yo no necesito.

Por favor, dejen a las Maripepis desnudas o, al menos, a aquellas a las que nuestra falda no ondea al viento ni creemos que se necesario.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se pide la voluntad.