Yo asumo.
Yo, errada.
Y, desde ahora, yo errante.
¿Cuáles son las reglas de tu propio juicio, siendo tú juez?
Era un vigilante de pulso y de respiración
Y, de este modo, hice del bosque un lugar irrespirable.
De mis llagas saqué la sangre con la que alimenté el pesar
Y ahora hay que curar dos veces
(La herida sobre la herida)
Y a dos; un mártir y un sacrificado.
La ignorancia no exime la culpa, gritan.
No escucho; desde hoy, en mi huerto, sí.
Porque mi huerto es mío
Y mías sus leyes y míos sus indultados.
Soy desierto, polvo, la maleza y el caos,
Pero en el regazo guardo agua de lluvia
Y cultivo un huerto e invento y leo hoy sus leyes
Porque nadie va a absolverme,
Siendo yo el juez y el acusado.
Me bajo de la cama y, a pesar del calor de esta mañana cargante que te licua el cerebro y deja las vísceras agujereadas como un gruyere, tengo las manos heladas; me coloco y enumero mis dedos (y están todos); miro mis piernas y las compruebo (y funcionan, me sujetan); busco mis ojos con mis ojos ante el espejo (luego, veo); me susurro y me pregunto “¿dónde estás” y pronuncio y me escucho (tampoco he perdido ni la voz ni el oído).
Me atrevo a asegurar que estoy completa.
Lo enuncio: “Estoy completa”
Pero, al caminar, el vacío de mi vientre se ha hecho aún más grande. La sensación es de un abismo inmenso, de una oquedad desoladora entre mis hombros y mis muslos.
La ciudad que rodea al corazón está en ruinas.
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