Envidio tus piernas que te permiten
refugiarte en el
parque.
Envidio tu fe que te permite lanzarte al vacío
y descolgarte del
minúsculo mapa.
Envidio tus quejas,
tu afonía después
del revuelo,
de mi llanto,
de mi apocalipsis.
Y envidio todo ese laberinto
que conoces al dedillo,
que lames sin descanso,
que muestra en mis
pesadillas
esos dos pisos,
esa buhardilla tuya,
este sótano mío.
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Se pide la voluntad.