Vicioso
tiempo temiendo a la noche, a que sus negruras escolten mis lunares, a que su
frío inquiete mis núcleos.
Me
quedo, conforme, con la imagen congelada de este acelerado ángelus. Bato las
alas porque esta detestable situación se mantenga pero, por favor, que no
anochezca. Sin embargo, tras la tensión, cuando acabo clavando mis uñas en las
palmas de mis manos, cuando sangran de sobreesfuerzo, de detener lo imparable,
el cansancio me devuelve la lucidez.
Y
respiro.
¿Qué es
mi temida noche? Alcanza ser el final o el estreno, cuántos animales muertos desaguaron
en vida. Lo más peligroso de que el cielo se enlute es el desasosiego a que
esto pase. El miedo repetido, su incesante martilleo.
Hoy
cedo el paso a la noche vencedora. Y la celebro.
Me
embriago recibiendo su puesta de largo, sus laureles. Soy con ella, la amo.
No
quiero amanecer ni, mucho menos, paralizar este punto del oscurecer que hiede a
muerte.
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Se pide la voluntad.