No sé que soporto menos, si mi dificultad por escapar de mi misma o la realidad inconsistente y falsa que rodea todo cuanto es. Yo misma: siempre reclamante y reactiva y, sin embargo, contemplativa y tolerante, con infinitas tragaderas propias de un ser que se queja por no cambiar y que, sin embargo, no extrae aprendizajes racionales, prácticos ni terapéuticos.
Pero, admito, el rechazo de uno a aquello en lo que vive inmerso, supone un desprecio a la propia valía… Mucho cuestionar y cuestionar minutos, horas, días, mientras se permanece sumergido en la inmundicia.

Yo soy la primera que no da un paso hacia el camino de mis deseos, que me nutro de sobresaltos y pataletas aletargadas, loca por encaramarme a sueños y compartimentos diferentes, con colores que conozco; sé bien como son, sé como es la melodía y el estar allí, pero como no lo encuentro, no escapo del resto de estancias deslucidas, cacofónicas y hostiles… Creo que me he conformado porque es más fácil que abrir la puerta y “pasillear” arriba y abajo buscando mi cuarto. Cambio la revolución completa y necesaria por una triste queja en un hilo de voz, destinado a apagarse y disolverse en las ondas.

Lo terrible y peligroso es que a veces me posee la ilusión, parece excitante pero, en realidad, es una gran putada porque es en ese momento cuando se desdibuja el boceto anterior, el firme, el que tiene el mapa, el que me hace escapar de los momentos de psicosis dictándome el “por ahí”. Me pierdo hasta llegar a desconocerme (aún más) y no saber discernir entre aquello que nos es connatural y aquello con que nos hemos contaminado. Más sé que pocos individuos perecieran percatarse del estercolero de contexto en que se mueven. Pero también fantaseo con rodearme de seres lúcidos que me compartan, que griten y modifiquen, que se quejen y lloren, que bailen y maldigan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Se pide la voluntad.