Me ocultaba el origen de esa nada que era todo, que conducía sí o sí al abismo de martes a lunes. A veces la diseccionaba, por si su umbral pudiera estar en algún punto estratégico de mi sien; encontraba en ella toda una pluralidad de formas sin nombre que ni me pertenecían ni dejaban de pertenecerme.

En un continente de vidrio, que podía coincidir con un simple jueves, el todo: mi incalculable s
oledad a la espera de que esa tarde mutara en una noche de fuegos artificiales; mis dedos ansiosos volando sobre el teclado para escupir la bilis, para burlar todo ese silencio que hacía tanto ruido; el teléfono callado o expectorando infierno en un torrente de lacerantes palabras que más tarde se iban a colar insolentemente en mis sueños; las paredes que se iban juntando despacio para dejarme en medio de la, cada vez más reducida, sala. Ese hábitat que era, entonces, mi hábitat.
La desesperanza prendida en mi pelo y yo, tenazmente, aún negándolo; barriendo diariamente de podredumbre toda esas ruinas y acicalando la porquería que así, amontonada en un rincón, opinaba, podía pasar desapercibida.
Todas las mentiras que me coloqué a mí misma, los tic-tacs, los pi-pis y el zumbido de mi mareo. Todo dispuesto decorosamente para hacerme perder el entusiasmo y convertirme en una sombra que se arrastraba en silencio y se condena al filo de un barranco, a pesar de tener la certeza de toda la vitalidad que pululaba en las afueras.

De repente, todo fue un jueves y, de repente, todo se volatiliza, de nuevo, otro jueves. Las cosas se van como vienen; de la nada emergen y con la nada se confunden, una vez dejan de atarearse en su existencia para ponerse a conciencia con su desaparición.
Se van las cosas y se llevan consigo todas tus preguntas y, lo que es peor, se llevan de equipaje todas las respuestas. Y así, después, ahora, pienso que de nada sirvió ahogarme en toda esa nada que ya no existe, ni valió mi dolor, ni mis disecciones.

Mi hábitat ahora es otro. Ya no escribo desde la angustia, ahora lo hago intentando comprenderla.
El dolor de ese parto no dió ningún fruto. No alimentó amor alguno.

 Entre tú y yo sólo hubo precarios cortafuegos.

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