La gente se enferma. Coge lo más brillante que vio en su vida y, danzando en su órbita, se enferma.

Yo también me enfermo con mi enfermedad, no te creas. De la alacena de todos los posibles me sirvo siempre el plato más frío y, limpiándome las lágrimas, repito de ese puré obsceno.

Otra cucharada de aquello que me revienta el vientre y, quejándome aún, hundo de nuevo el cubierto en ese engrudo. Y  vuelta a empezar.

No sé, de verdad, cuál es la tara de mi inteligencia, pero la tengo.

 

Allí en frente, todas las frutas. Colores, olores, frescura, vitaminas.

 Yo de espaldas a todos los bodegones.

Yo y mi papilla.

 
 

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Se pide la voluntad.