UNA DAMISELA ES MUCHO MÁS QUE UNA DAMA


 Cuando la conocí, ella estaba en crisis. Cuando llegó a mi vida, mi crisis tenía las fauces enormes y unos dientes afilados que me desgarraban la piel. Y aún entonces era tierna y no bebía del cinismo ni todavía hacía humor con el desencanto.

El drama sólo era drama y las palabras insuficientes. Había dejado de escribir, en esa fase en la que los papeles que emborronas empiezan a parecerte demasiado edulcorados y entiendes que tu hambre es hambre de sangre y no de mariposas de nube de azúcar. Esa fase en la que no deseas explicar que llueve y lloras, pero te encantaría contar que hay gente que te parece pusilánime, que una mano colectiva te estrangula el cuello, que no te sientes feliz bebiendo hasta vomitar y que los porros de las fiestas te ponen muy triste. Que has descubierto lo que es el “extrañamiento” de las piezas de tu engranaje.

Ella tenía nombre de diosa romana de la caza y la naturaleza, y ya había alcanzado el cinismo. Sacó lo que había dentro de mí burlándose un poco.

Ella me enseñó “Algún día aprenderás que tú no eres tan importante”.

 

Yo le enseñé que no había nadie más importante que ella.
 
 
 
 

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