El justo medio

Va a llegar cuando lo admitas, cuando comprendas que uno no puede dispersarse cuando apenas ha nacido la mañana de ese día y tengo aún el pelo revuelto, los labios calientes y los ojos incendiarios y volados.

(Sentarse a escribir, esa agonía de dar nombre a aquello con lo que no nos conformamos y cercar las pulsiones y hacer un mapa con la obscena mueca de lo que nos rodea. 
Sentarse a escribir, esa terapia para intentar comprender esa maraña con el vehículo de la lucidez y el de la saliva. Por eso, cargada de rabia y pidiendo explicaciones, me siento en el suelo e introduzco mis manos en la arena que me entierra los pies y escarbo buscando las palabras, esos seres escondidos y mal colocados, conformando el caos. Así, una a una, las dispongo en fila y las quito el polvo, agitándolas para sacudirlas la pose. La verdad está ahí y no vale dudarla, no sirve llamarla por otro nombre y hacerla esperar en la antesala del antojo).

¿Cómo andas aún entero? No se puede salir con la escopeta a recibir al amor sólo porque regresa, ni enviarle a la tenebrosidad del bosque porque a otro hayas nombrado sucesor.

(El vértigo fue primero. Tristeza, después. Hieratismo, luego. El vértigo del abismo, ocupando ahora toda la población de antes, aún humean sus calles y los gritos que dan paso a quedados sollozos, abatidas quejas. La misa, más tarde. La muerte, finalmente.

Pero el lápiz siempre es luminescente, en el lápiz no se albergan las mentiras si no son para garabatear cuentos y "Érase  una vez..." se va conformando la historia. El sol sale, la escena del fondo se agranda y allá estás tú y allí yo, mira. Se focaliza la aventura y se cubre de poemas, notas, grafías, relatos. El libro se cierra)

El calendario se ha hecho cenizas y en el vientre tengo un agujero del tamaño de mi ira.
No queda tiempo. Me traspasas.

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